sábado, 27 de octubre de 2007

Centro Cultural y Ciencias Humanas Bustos Domecq

















































Gustavo y Flo


















SCALABRINI ORTIZ 1714 - PALERMO VIEJO - COMUNA 14



sábado, 15 de septiembre de 2007

Barone sobre Borges y Sabato

ENIGMAS DEL ENCUENTRO BORGES - SABATO
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Todavía hay gente que cree que fueron diálogos imaginarios o una invención literaria y no un auténtico puente verbal que se fue anudando de mutuo acuerdo en base a un plan trazado de antemano. Las voces de Borges y Sábato grabadas en cassettes fueron volcadas en un libro, desde hace años misteriosamente desaparecido de la escena.
También hay quienes ignoran o niegan esos diálogos y quienes descreen del mutuo acercamiento de los dos escritores después de una discordia política que los separó veinte años.
Yo -permítaseme la inmodestia- soy quien inspiró y procuró ese reencuentro a partir del desinteresado pacto de "charlar espontáneamente durante varias sesiones sin tocar la política". Deliberada omisión forzada obviamente por aquel episodio que en su época fue público y cuyo motivo fue una misma y paradójica oposición de los dos hacia el primer peronismo, pero por distintos motivos.
Recuerdo aquella primera cita con Borges en la librería La Ciudad de la galería del Este, frente a la antigua casa de la calle Maipú (aquel departamente del sexto piso fue vendido a su muerte) para interesarlo en la idea del libro. Recuerdo mi temor inicial: la discordia entre ambos plagada de rumores y malicias de trastienda libresca.
Era un sábado del incipiente verano de 1974/1975; el final de una época en la que había sido posible el juego intelectual, el intercambio de ideas y boutades por el mero goce estético.
Borges, ese mediodía, lucía un impecable traje gris claro; su inseparable bastón de caoba; su semblante altivo de ciego que quiere mirar de frente aunque sabe que no puede. Sábato, la tarde anterior en el bar El Dandy ya había aprobado mi propuesta con contradictorio interés y distancia. "Vea, me advirtió quitándose los anteojos en aquel gesto nervioso de los instantes de duda. Aunque los otros días volvimos a encontrarnos con Borges, no sé si ese abrazo espontáneo y emocionado que nos dimos podrá cambiar el curso de las cosas". Se refería a un casual y todavía fresco encuentro que los había unido a ellos en la librería La Ciudad el 7 de octubre: el primero después de aquel largo desencuentro, ya que en su juventud se frecuentaban en la casa de Bioy Casares y en las de otros amigos..
La respuesta de Borges a mi propuesta literaria fue sencillamente "borgeana". Me dijo, aprobándola: "Creo ciegamente en usted".
Estaban allí, Anneliessen Von der Lippen, devota traductora de ambos y lectora de la obra de Goethe, en alemán, los sábados en la casa de Borges, y el librero Luis Alfonso, que había convertido su local en cita de la cultura de los años setenta. Enfrente, en el piso de la pintora Renee Noetinger, vecino al de Borges, realizamos varios de aquellos encuentros. Hace poco la visité y otra vez vi el comedor y las sillas estilo ingés donde nos habíamos sentado. "Está igual que antes" me dijo Renee Noetinger, para apartar mi evidente nostalgia. Hice como que le creía. Ella, feliz del recuerdo, agregó: "Hubo veces en que me divertí mucho escuchándolos. Creo aún verlos a ellos allí; Borges tomando agua o té, Sábato un vaso de whisky... En la casa de al lado la madre de Borges, de casi cien años, estaba muriéndose". Alguna vez en aquellas reuniones, la mención de la enfermedad de Leonor Acevedo de Borges había sido inevitable. Incluso en vísperas de la Navidad de aquel año 1974 Matilde Sábato la había ido a visitar y la había peinado en su cama de enferma. Todo fluía con afecto. Tanto que Borges -acaso más sensibilizado por las circunstancias- se mostró dolido cuando por razones de planes y de tiempo se decidió concluir con las sesiones. Sábato bromeando le dijo a modo de disculpa: "Pero Borges, si seguimos hablando este va a ser el diálogo eterno". Y enseguida vino la respuesta igualmente jocosa: "Bueno, pero no hace falta hablar, también podríamos encontrarnos en silencio, ¿no?". Cuando se despidieron en el umbral de la casa de Borges ninguno de los dos dijo nada. Yo acumulé doce cintas grabadas en un antiguo aparato que ya era antiguo en su época. No pocas veces el mal sonido o, sobre todo Borges con su voz agobiada, creaba dificultades de transcripción que yo iba a corregir alternativamente a la casa de cada uno de ellos.
Cierta vez Sábato quiso ampliar un párrafo que en el lenguaje coloquial quedaba incompleto: era uno referido a Dios. Entonces al despedirme en la puerta de rejas de su casa de Santos Lugares me dijo: "Por favor, cuando vaya a ver a Borges dígale que yo corrregí esa parte, léasela y que él verifique la suya. Me parece que sobre Dios él puede decir otras cosas más hondas que esa ironía del "dolor de muelas" que a mi, personalmente me parece un juego literario..."
Cuando le conté a Borges la aclaración que había hecho Sábato, se sonrió enigmáticamente pero no agregó nada de su parte. "Está bien así", dijo.
Aunque me hizo otras correciones mínimas. Sobre todo no le había gustado un exceso mío: para no repetir dos veces una frase le había puesto en su boca la palabra autoplagio. "¿Suena mal, no?", me dijo. Le confesé mi intervención y Borges continuó cortés pero inexorable: "Yo dije allí "que me plagio a mi mismo"".
Y así quedo el libro. El trabajo se concluyó a mediados de 1975 pero inexplicablemente, dado el interés que había mostrado la editorial, el libro recién salió publicado a fines de diciembre de 1976.
Y no obstante el éxito inicial -se agotaron en poco tiempo los primeros diez mil ejemplares y dos sucesivas ediciones- a partir de ahí dejó de imprimirse.
Tampoco ellos volvieron a encontrarse, salvo alguna vez, al principio del duelo por la muerte de la madre de Borges, cuando Sábato lo llamaba a aquel a su casa sabiéndolo apenado.
Una trama secretamente malévola trazó otra vez un misterioso abismo entre ellos. Yo tampoco pude hacer mucho. Hoy, al cabo de los años, rescato una porción de historia, del olvido.

Una visión personal desde dentro de la escena, de los famosos y únicos encuentros entre Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato revela los desconocidos pormenores de un hecho marcado por incógnitas y desencuentros.

Por: Orlando Barone

Un dialogo

Jorge Luis Borges (1899-1986)
Creadores
La siguiente es la transcripción de un diálogo entre Jorge Luis Borges y Seamus Heaney (Premio Nobel de literatura de 1995)

El diálogo o entrevista data de 1981.

Richard Kearney: Su prosa pone de manifiesto una continua obsesión con el mundo de la ficción y de los sueños, un universo de laberintos inconscientes. En ocasiones es algo tan onírico que se vuelve imposible distinguir entre el autor (usted), los personajes de la ficción y el lector (nosotros).
Seamus Heaney: Esta interacción entre la ficción y la realidad parece ocupar un lugar central en su obra. ¿Cómo afecta su obra el mundo de los sueños? ¿Usa conscientemente material onírico?
Borges: Cada mañana, cuando despierto, recuerdo sueños y los grabo o los escribo. A veces me pregunto si estoy dormido o si estoy soñando. ¿Estoy soñando ahora? ¿Quién puede saberlo? Nos soñamos unos a otros todo el tiempo. Berkeley afirmaba que Dios era quien nos soñaba. Tal vez tenía razón... ¡pero cuán tedioso para el pobre Dios! Tener que soñar cada grieta y cada mota de polvo en cada taza de té y cada letra en cada alfabeto y cada pensamiento en cada cabeza. ¡Debe estar exhausto!
Heaney:
¿Su mundo onírico alimenta de manera directa su forma de escribir? ¿Toma prestado y traspone el contenido de sus sueños a la literatura? ¿O se trata acaso de una habilidad narrativa que le da a las imágenes su contorno y su forma?
Borges: El relato ficticio da un orden al desorden del material onírico. Pero no puedo decir si el orden está impuesto o si ya está latente dentro del desorden y tan sólo espera quedar realzado a través de su repetición en la ficción. ¿Inventa el escritor de ficción un orden completamente nuevo ex nihilo? Supongo que si pudiera contestar semejantes preguntas ¡no escribiría ficción en absoluto!
Heaney:
¿Podría darnos algunos ejemplos reales de lo que quiere decir?
Borges: Sí. Le contaré un sueño recurrente que me interesó mucho. Un pequeño sobrino mío, quien solía quedarse conmigo con cierta frecuencia y me contaba sus sueños cada mañana, soñó el siguiente tema recurrente. Estaba perdido en un sueño y luego llegaba a un claro en donde me veía salir de una casa blanca de madera. En ese punto, solía interrumpir su resumen del sueño y preguntarme, "Tío, ¿qué hacías en esa casa?". "Estaba buscando un libro", le contestaba. Y se quedaba muy contento con esa respuesta. Como niño, todavía era capaz de deslizarse de la lógica de su sueño a la lógica de mi explicación. Tal vez así funcionen mis propias ficciones...
Heaney:
¿Es entonces el modo más que el material de los sueños lo que principalmente influye e inspira su obra?
Borges: Yo diría que son las dos cosas. He tenido varios sueños recurrentes a lo largo de los años que han dejado su huella en mi ficción de una u otra forma. Los símbolos difieren con frecuencia, pero los patrones y las estructuras siguen siendo los mismos. Por ejemplo, con frecuencia he soñado que estoy atrapado en un cuarto. Trato de salir, pero vuelvo a entrar a un cuarto. ¿Se trata del mismo cuarto?, me pregunto. ¿O acaso escapo a un cuarto exterior? ¿Estoy en Buenos Aires o en Montevideo? ¿En la ciudad o en el campo? Toco la pared para intentar descubrir la verdad sobre mi paradero, para encontrar una respuesta a estas preguntas. Pero ¡la pared es parte del sueño! De modo que la pregunta, al igual que el que la hace, regresa eternamente a ese cuarto. Este sueño me dio el tema del laberinto que aparece con tanta frecuencia en mis ficciones. También estoy obsesionado con un sueño en donde me veo en un espejo con varias máscaras o rostros que se superponen unos sobre otros; los desprendo de manera sucesiva y me dirijo al rostro que está frente a mí en el espejo; pero no me contesta, no puede oírme o no me escucha, es imposible saberlo.
Heaney:
¿Qué clase de verdad cree que Carl Jung intentaba explorar en su análisis sobre los símbolos y los mitos? ¿Cree que los arquetipos jungianos son explicaciones válidas de lo que experimentamos en el mundo inconsciente de la ficción y de los sueños?
Borges: He leído a Jung con gran interés, pero sin convicción. En el mejor de los casos, fue un escritor imaginativo e inquisitivo. Es más de lo que uno puede decir acerca de Freud... ¡Qué basura!
Kearney: La sugerencia que usted hace aquí de que el psicoanálisis tiene valor como un estimulante imaginativo más que como un método científico me hace recordar la afirmación que usted hace en el sentido de que todo el pensamiento filosófico es "una rama de la literatura fantástica".
Borges: Sí, creo que la metafísica es un producto de la imaginación al mismo nivel que la poesía. Después de todo, la idea ontológica de Dios es el invento más espléndido de la imaginación.
Kearney: Pero ¿inventamos nosotros a Dios o es Dios quien nos inventa a nosotros? ¿Es divina o humana la imaginación creativa primaria?
Borges: Ah, ésa es la pregunta. Puede ser ambas.
Heaney: ¿Acaso su experiencia infantil de la religión católica alimentó su sensibilidad de alguna forma duradera? Me refiero más a sus ritos y misterios que a sus preceptos teológicos. ¿Existe algo llamado imaginación católica, que podría expresarse en obras literarias como, por ejemplo, en el caso de Dante?
Borges: Para el argentino, ser católico es más una cuestión social que espiritual. Significa que uno se alínea con la clase, el partido o el grupo social correcto. Nunca me interesó este aspecto de la religión. Sólo las mujeres parecían tomar la religión en serio. Cuando era niño, cuando mi madre me llevaba a misa, yo rara vez veía a un hombre en la iglesia. Mi madre tenía una gran fe. Creía en el paraíso; y quizá su creencia significa que ahora ella está allí. Aunque ahora ya no soy un católico practicante y no puedo compartir su fe, sigo entrando en su habitación todos los días a las cuatro de la mañana, la hora en que murió hace cuatro años (¡tenía 99 años y le aterraba cumplir cien años!) para rociar agua bendita y rezar el Padre Nuestro como ella lo pidió. ¿Por qué no? La inmortalidad no es más extraña ni increíble que la muerte. Como mi padre agnóstico solía decir: "Dado que la realidad es lo que es, el producto de nuestra percepción, todo es posible, incluso la Trinidad". Creo en la ética, que las cosas en nuestro universo son buenas o malas. Pero no puedo creer en un Dios personal. Como lo dice Shaw en Major Barbara: "He dejado atrás a la Desposada del Cielo". Me siguen fascinando los conceptos metafísicos y alquímicos de lo sagrado. Pero esta fascinación es más estética que teológica.
Kearney:
En Tlon, Uqbar y Orbis Tertius, usted dijo que la eterna repetición del caos gradualmente hace surgir o revela un patrón o un orden metafísico. ¿Qué tenía usted en mente?
Borges: Me divertí mucho escribiendo eso. Nunca dejé de reirme, de principio a fin. Todo era una enorme broma metafísica. La idea del eterno regreso es, claro está, una vieja idea de los estoicos. San Agustín condenó esta idea en Civitas Dei, cuando compara la creencia pagana en un orden cíclico del tiempo, la Ciudad de Babilonia, con el concepto lineal, profético y mesiánico del tiempo que se encuentra en la Ciudad de Dios, Jerusalén. Este último concepto ha prevalecido en nuestra cultura occidental desde San Agustín. Sin embargo, creo que puede haber algo de verdad en la vieja idea de que, detrás del aparente desorden del universo y de las palabras que usamos para hablar de nuestro universo, podría surgir un orden oculto... un orden de repetición o coincidencia.
Kearney:
Usted escribrió alguna vez que, a pesar de que este orden cíclico no puede demostrarse, sigue siendo para usted "una elegante esperanza".
Borges: ¿Eso escribí? Eso es bueno, sí, muy bueno. Supongo que en 82 años tengo derecho a haber escrito unas cuantas líneas memorables.. El resto puede "echarse a perder", como solía decir mi abuela.
Heaney:
Usted habló de reir mientras escribe. Sus libros están llenos de diversión y picardía. ¿Escribir siempre ha sido para usted una tarea placentera o ha sido alguna vez una experiencia difícil o dolorosa?
Borges: Sabe, cuando todavía podía ver, me encantaba escribir, cada momento, cada frase. Las palabras eran como juguetes mágicos con los que yo jugaba y movía de toda clase de formas. Desde que perdí la vista a los cincuenta años, no he podido regocijarme con la escritura con esta naturalidad. He tenido que dictarlo todo, volverme un dictador más que un jugador de palabras. Es difícil divertirse con juguetes cuando uno está ciego.
Heaney:
Supongo que la ausencia física de la pluma y el estar encorvado sobre el escritorio hace una gran diferencia...
Borges: Sí, así es. Pero extraño poder leer más que poder escribir. A veces me regalo a mí mismo un pequeño engaño, me rodeo de todo tipo de libros, sobre todo diccionarios, en inglés, español, alemán, italiano, islandés. Se convierten en seres vivos para mí, me susurran cosas en la oscuridad.
Heaney:
¡Sólo un Borges podría practicar semejante acto de ficción! Sus sueños siempre han sido, de una manera bastante evidente, importantes para usted. ¿Diría usted que su capacidad o necesidad de habitar el mundo de la ficción y de los sueños aumentó de alguna manera por haber perdido la vista?
Borges: Desde que me volví ciego lo único que me queda es la alegría de soñar, de imaginar que puedo ver. A veces mis sueños se extienden más allá del sueño y se adentran en mi mundo de vigilia. Con frecuencia, antes de dormir o al despertar, me descubro soñando, balbuciendo frases oscuras e inescrutables. Esta experiencia simplemente confirma mi convicción de que la mente creativa siempre está activa, siempre está más o menos soñando tenuemente. Dormir es como soñar la muerte. De la misma manera en que despertar es como soñar la vida. A veces ya no puedo distinguir cuál es cuál.

* * *
Borges: Como argentino, me siento alejado de la corriente española. Me crié en Argentina teniendo la misma familiaridad con la cultura inglesa y francesa que con la española. Así que supongo que soy doblemente extranjero... pues incluso el español, la lengua en la que escribo precisamente como un extraño, se encuentra al margen de la principal tradición literaria de Europa.
Seamus Heaney:
¿Cree usted que existe algo semejante a una tradición hispanoamericana... aceptando el hecho de que todas las tradiciones deben ser imaginadas antes de aparecer?
Borges: Es cierto que la idea de la tradición implica un acto de fe. Nuestras imaginaciones alteran y reinventan el pasado todo el tiempo. Sin embargo, debo confesar que a mí nunca me convenció mucho la idea de una tradición hispanoamericana. Por ejemplo, cuando viajé a México, me encantó su rica cultura y literatura nativa. Pero sentí que no tenía nada en común con ella. No pude identificarme con su culto al pasado de los indios. Argentina y Uruguay difieren de la mayor parte de los demás países latinoamericanos en el sentido de que poseen una mezcla de las culturas española, italiana y portuguesa que ha dado lugar a un ambiente más europeo. Por ejemplo, la mayor parte de nuestras palabras coloquiales en el español argentino son de origen italiano. Yo mismo desciendo de ancestros portugueses, españoles, judíos e ingleses. Y los ingleses, como nos lo recuerda Lord Tennyson, son una mezcla de muchas razas: "sajones y celtas y daneses somos". No existe tal cosa como la pureza racial o nacional. Y, aunque así fuera, la imaginación trascendería tal cosa dado que no existe una cultura específicamente argentina que pudiera llamarse "latinoamericana" o "hispanoamericana". Los únicos verdaderos americanos son los indios. Los demás son europeos. Por lo tanto, me gusta pensar que soy un escritor europeo en el exilio. Ni hispánico ni americano ni hispanoamericano, sino un europeo expatriado.
Heaney:
T. S. Eliot habló de "toda la mente de Europa". ¿Cree haber heredado parte de esta mente a través del tamiz español?
Borges: En el argentino no existe ninguna alianza exclusiva a una sola cultura europea. Como dije, podemos tomar cosas de varias lenguas y literaturas europeas distintas... tal vez adoptar "toda la mente de Europa", si es que existe algo semejante. Pero precisamente debido a nuestra distancia de Europa también tenemos la libertad cultural o imaginativa para mirar, más allá de Europa, hacia Asia y otras culturas.
Kearney:
Como lo hace usted en su propia ficción al invocar con frecuencia las doctrinas místicas del budismo y del Extremo Oriente.
Borges: El hecho de no pertenecer a una cultura "nacional" homogénea tal vez no sea una pobreza sino una riqueza. En este sentido, soy un escritor "internacional" que reside en Buenos Aires. Mis ancestros provinieron de muchas naciones y razas distintas, como lo he mencionado, y pasé gran parte de mi juventud viajando por Europa, en particular por Ginebra, Madrid y Londres, en donde aprendí varias lenguas nuevas, alemán, inglés antiguo y latín. Este aprendizaje multinacional me permite jugar con las palabras como hermosos juguetes, entrar, como lo dijo Browning, en "el gran juego del lenguaje".
Heaney:
Me parece muy interesante que su inmersión en varias lenguas durante su infancia, y sobre todo en el español y el inglés, le haya dado ese sentimiento del lenguaje como un juguete. Sé que mi propia fascinación con las palabras estuvo estrechamente relacionada con el hecho de que aprendiera latín cuando era niño. Y la fatigué. También aprendí mucho de él.
Kearney: ¿Y qué opina de Beckett, tal vez el discípulo literario irlándes más cercano a Joyce? El parece compartir con usted una obsesión con la ficción como un laberinto autoescrutador de la mente, como una parodia eternamente recurrente de sí misma...
Borges: Samuel Beckett es muy aburrido. Vi su obra Esperando a Godot y eso me bastó. Me pareció que era una obra muy pobre. ¿Para qué tomarse la molestia de esperar a Godot si él nunca llega? Qué cosa tan tediosa. Después de eso, ya no tuve deseos de leer sus novelas.
(Traducción de Katia Rheault)

lunes, 21 de mayo de 2007

Cuento Borges

Jorge Luis Borges El amenazado" Es el amor. Tendré que ocultarme o huir. Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿ De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galería de las bibliotecas las cosas comunes, los hábitos el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño? Estar contigo o no estar contigo, es la medida de mi tiempo. Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por la ventana, pero la sombra no ha traído la paz. Es ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria el horror de vivir en lo sucesivo. Es el amor con sus mitologías, con su pequeñas magias inútiles. Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos que cercan, las hordas. (Esta habitación es irreal; ella no la ha visto) El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo. "

El porque


Adolfo Bioy

Un tío mío, tal vez para ayudarme al hacerme escribir sobre cualquier tema, y que mi escrito fuera pagado, y en ese sentido alentarme, y también para acercarme a la lechería que él dirigía con su hermano Vicente, y que era la obra de su padre, me pidió que escribiera un folleto sobre el yogur. Me dio una bibliografía bastante seria, con libros de Pasteur y otros autores. Los trescientos cincuenta negocios que había en Buenos Aires querían ser un modelo de higiene: el mostrador era de mármol blanco, las personas que atendían estaban vestidas con delantales blancos y se vendían todos los productos de La Martona, desde el vaso de leche a chocolates, y variedades de té que importaban: Fuimos con Borges al campo de Rincón Viejo, en Pardo, un campo que había estado arrendado durante años, porque mi padre, que era un hombre que conocía el campo mejor que nadie, no era un buen explotador de una empresa rural y mi madre estaba cansada de que se pusiera plata en eso y que no se ganara nada. Yo, después de fracasar en Derecho y en Filosofía y Letras, para mostrar que no quería haraganear sino que no me gustaba lo que se enseñaba en esas facultades, quise ir a trabajar a ese campo que quería tanto, y, de algún modo, al ir a trabajar ahí concluí con el arrendamiento y el campo volvió a nuestras manos. Para mí era una especie de paraíso perdido, finalmente recuperado. Fui allá y trabajé bastante, y muchas veces lo invité a Borges. A él le costaba mucho dejar Buenos Aires pero un día se animó a ir. Además como íbamos con la intención de escribir ese folleto y a Borges le gustaba el trabajo, se sintió atraído. Lo escribimos en un estilo que ahora me resulta un poco pomposo, como si en aquel momento creyéramos que escribir bien era escribir pomposamente, y mientras lo escribíamos estabamos añorando escribir algo más divertido, que podían ser poemas o podían ser cuentos. Pasaron cuatro años y un día le dije por qué no escribimos esos cuentos que nos habían parecido posibles cuando estábamos escribiendo el folleto sobre el yogur. Borges me dijo que sí y empezamos a escribir los Seis problemas para don Isidro Parodi, que publicamos con el seudónimo de Bustos Domecq

Cuento H.B.D.




Esse est percipi



Viejo turista de la zona Núñez y aledaños, no dejé de notar que venía faltando en su lugar de siempre el monumental estadio de River. Consternado, consulté al respecto al amigo y doctor Gervasio Montenegro, miembro de número de la Academia Argentina de Letras. En él hallé el motor que me puso sobre la pista. Su pluma compilaba por aquel entonces una a modo de Historia Panorámica del Periodismo Nacional, obra llena de méritos, en la que se afanaba su secretaria. Las documentaciones de práctica lo habían llevado casualmente a husmear el busilis. Poco antes de adormecerse del todo, me remitió a un amigo común, Tulio Savastano, presidente del club Abasto Juniors, a cuya sede, sita en el edificio Amianto, de avenida Corrientes y Pasteur, me di traslado. Este directivo, pese al régimen doble dieta a que lo tiene sometido su médico y vecino doctor Narbondo, mostrábase aún movedizo y ágil. Un tanto enfarolado por el último triunfo de su equipo sobre el combinado canario, se despachó a sus anchas y me confió, mate va, mate viene, pormenores del bulto que aludían a la cuestión sobre el tapete. Aunque yo me repitiese que Savastano había sido otrora el compinche de mis mocedades de Agüero esquina Humahuaca, la majestad del cargo me imponía y, cosa de romper la tirantez, congratulélo sobre la tramitación del último goal que, a despecho de la intervención oportuna de Zarlenga y Parodi, convirtiera el centro half Renovales, tras aquel pase histórico de Mutante. Sensible a mi adhesión al once del Abasto, el prohombre dio una chupada postrimera a la bombilla exhausta, diciendo filosóficamente, como aquel que sueña en voz alta:-Y pensar que yo fui el que les inventé esos nombres.-¿Alias? -pregunté gemebundo-. ¿Musante no se llama Musante? ¿Renovales no es Renovales? ¿Limardo no es el genuino patronímico del ídolo que aclama la afición?La respuesta me aflojó todos los miembros.-¿Cómo? ¿Usted cree todavía en la afición y en ídolos? ¿Dónde ha vivido, don Domecq?En eso entró un ordenanza que parecía un bombero y musitó que Ferrabás quería hablarle al señor.-¿Ferrabás, el locutor de la voz pastosa? –exclamé-. ¿El animador de la sobremesa cordial de las 13 y 15 y del jabón Profumo? ¿Estos, mis ojos, le verán tal cual es? ¿De veras que se llama Ferrabás?-Que espere –ordenó el señor Savastano.-¿Qué espere? ¿No sería más prudente que yo me sacrifique y me retire? –aduje con sincera abnegación. -Ni se le ocurra –contestó Savastano-. Arturo, dígale a Ferrabás que pase. Tanto da…Ferrabás hizo con naturalidad su entrada. Yo iba a ofrecerle mi butaca, pero Arturo, el bombero, me disuadió con una de esas miraditas que son como una masa de aire polar. La voz presidencial dictaminó:-Ferrabás, ya hablé con De Filipo y con Camargo. En la fecha próxima pierde Abasto, por dos a uno. Hay juego recio, pero no vaya a recaer, acuérdese bien, en el pase de Musante a Renovales, que la gente lo sabe de memoria. Yo quiero imaginación, imaginación. ¿Comprendido? Ya puede retirarse.Junté fuerzas para aventurar la pregunta:-¿Debo deducir que el score se digita?Savastano, literalmente, me revolcó en el polvo.-No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.-Señor ¿quién inventó la cosa? –atiné a preguntar.-Nadie lo sabe. Tanto valdría pesquisar a quienes se le ocurrieron primero las inauguraciones de las escuelas y las visitas fastuosas de testas coronadas. Son cosas que no existen fuera de los estudios de grabación y de las redacciones. Convénzase, Domecq, la publicidad masiva es la contramarca de los tiempos modernos.-¿Y la conquista del espacio? –gemí.-Es un programa foráneo, una coproducción yanqui-soviética. Un laudable adelanto, no lo neguemos, del espectáculo cientificista.-Presidente, usted me mete miedo –mascullé, sin respetar la vía jerárquica-. ¿Entonces en el mundo no pasa nada?-Muy poco –contestó con su flema inglesa-. Lo que yo no capto es su miedo. El género humano está en casa, repatingado, atento a la pantalla o al locutor, cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué más quiere, Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el ritmo del progreso que se impone.-Y si se rompe la ilusión? –dije con un hilo de voz.-Qué se va a romper –me tranquilizó.-Por si acaso seré una tumba –le prometí-. Lo juro por mi adhesión personal, por mi lealtad al equipo, por usted, por Limardo, por Renovales.-Diga lo que se le dé la gana, nadie le va a creer.Sonó el teléfono. El presidente portó el tubo al oído y aprovechó la mano libre para indicarme la puerta de salida.

H. Bustos Domecq
*Este cuento y las crónicas de Bustos Domecq fueron editados por Emecé, en 1963

En memoria de Paulina
Cuento
(De La trama celeste, 1948)

Siempre quise a Paulina. En uno de mis primeros recuerdos, Paulina y yo estamos ocultos en una oscura glorieta de laureles, en un jardín con dos leones de piedra. Paulina me dijo: Me gusta el azul, me gustan las uvas, me gusta el hielo, me gustan las rosas, me gustan los caballos blancos. Yo comprendí que mi felicidad había empezado, porque en esas preferencias podía identificarme con Paulina. Nos parecimos tan milagrosamente que en un libro sobre la final reunión de las almas en el alma del mundo, mi amiga escribió en el margen: Las nuestras ya se reunieron. “Nuestras”, en aquel tiempo, significaba la de ella y la mía.
Para explicarme ese parecido argumenté que yo era un apresurado y remoto borrador de Paulina. Recuerdo que anoté en mi cuaderno: Todo poema es un borrador de la Poesía y en cada cosa hay una prefiguración de Dios. Pensé también: En lo que me parezca a Paulina estoy a salvo. Veía (y aún hoy veo) la identificación con Paulina como la mejor posibilidad de mi ser, como el refugio en donde me libraría de mis defectos naturales, de la torpeza, de la negligencia, de la vanidad.
La vida fue una dulce costumbre que nos llevó a esperar, como algo natural y cierto, nuestro futuro matrimonio. Los padres de Paulina, insensibles al prestigio literario prematuramente alcanzado, y perdido, por mí, prometieron dar el consentimiento cuando me doctorara. Muchas veces nosotros imaginábamos un ordenado porvenir, con tiempo suficiente para trabajar, para viajar y para querernos. Lo imaginábamos con tanta vividez que nos persuadíamos de que ya vivíamos juntos.
Hablar de nuestro casamiento no nos inducía a tratarnos como novios. Toda la infancia la pasamos juntos y seguía habiendo entre nosotros una pudorosa amistad de niños. No me atrevía a encarnar el papel de enamorado y a decirle, en tono solemne: Te quiero. Sin embargo, cómo la quería, con qué amor atónito y escrupuloso yo miraba su resplandeciente perfección.
A Paulina le agradaba que yo recibiera amigos. Preparaba todo, atendía a los invitados, y, secretamente, jugaba a ser dueña de casa. Confieso que esas reuniones no me alegraban. La que ofrecimos para que Julio Montero conociera a escritores no fue una excepción.
La víspera, Montero me había visitado por primera vez. Esgrimía, en la ocasión, un copioso manuscrito y el despótico derecho que la obra inédita confiere sobre el tiempo del prójimo. Un rato después de la visita yo había olvidado esa cara hirsuta y casi negra. En lo que se refiere al cuento que me leyó —Montero me había encarecido que le dijera con toda sinceridad si el impacto de su amargura resultaba demasiado fuerte—, acaso fuera notable porque revelaba un vago propósito de imitar a escritores positivamente diversos. La idea central procedía del probable sofisma: si una determinada melodía surge de una relación entre el violín y los movimientos del violinista, de una determinada relación entre movimiento y materia surgía el alma de cada persona. El héroe del cuento fabricaba una máquina para producir almas (una suerte de bastidor, con maderas y piolines). Después el héroe moría. Velaban y enterraban el cadáver; pero él estaba secretamente vivo en el bastidor. Hacia el último párrafo, el bastidor aparecía, junto a un estetoscopio y un trípode con una piedra de galena, en el cuarto donde había muerto una señorita.
Cuando logré apartarlo de los problemas de su argumento, Montero manifestó una extraña ambición por conocer a escritores.
—Vuelva mañana por la tarde —le dije—. Le presentaré a algunos.
Se describió a sí mismo como un salvaje y aceptó la invitación. Quizá movido por el agrado de verlo partir, bajé con él hasta la puerta de calle. Cuando salimos del ascensor, Montero descubrió el jardín que hay en el patio. A veces, en la tenue luz de la tarde, viéndolo a través del portón de vidrio que lo separa del hall, ese diminuto jardín sugiere la misteriosa imagen de un bosque en el fondo de un lago. De noche, proyectores de luz lila y de luz anaranjada lo convierten en un horrible paraíso de caramelo. Montero lo vio de noche.
—Le seré franco —me dijo, resignándose a quitar los ojos del jardín—. De cuanto he visto en la casa esto es lo más interesante.
Al otro día Paulina llegó temprano; a las cinco de la tarde ya tenía todo listo para el recibo. Le mostré una estatuita china, de piedra verde, que yo había comprado esa mañana en un anticuario. Era un caballo salvaje, con las manos en el aire y la crin levantada. El vendedor me aseguró que simbolizaba la pasión.
Paulina puso el caballito en un estante de la biblioteca y exclamó: Es hermoso como la primera pasión de una vida. Cuando le dije que se lo regalaba, impulsivamente me echó los brazos al cuello y me besó.
Tomamos el té en el ante-comedor. Le conté que me habían ofrecido una beca para estudiar dos años en Londres. De pronto creímos en un inmediato casamiento, en el viaje, en nuestra vida en Inglaterra (nos parecía tan inmediata como el casamiento). Consideramos pormenores de economía doméstica; las privaciones, casi dulces, a que nos someteríamos; la distribución de horas de estudio, de paseo, de reposo y, tal vez, de trabajo; lo que haría Paulina mientras yo asistiera a los cursos; la ropa y los libros que llevaríamos. Después de un rato de proyectos, admitimos que yo tendría que renunciar a la beca. Faltaba una semana para mis exámenes, pero ya era evidente que los padres de Paulina querían postergar nuestro casamiento.
Empezaron a llegar los invitados. Yo no me sentía feliz. Cuando conversaba con una persona, sólo pensaba en pretextos para dejarla. Proponer un tema que interesara al interlocutor me parecía imposible. Si quería recordar algo, no tenía memoria o la tenía demasiado lejos. Ansioso, fútil, abatido, pasaba de un grupo a otro, deseando que la gente se fuera, que nos quedáramos solos, que llegara el momento, ay, tan breve, de acompañar a Paulina hasta su casa.Cerca de la ventana, mi novia hablaba con Montero. Cuando la miré, levantó los ojos e inclinó hacia mí su cara perfecta. Sentí que en la ternura de Paulina había un refugio inviolable, en donde estábamos solos. ¡Cómo anhelé decirle que la quería! Tomé la firme resolución de abandonar esa misma noche mi pueril y absurda vergüenza de hablarle de amor. Si ahora pudiera (suspiré) comunicarle mi pensamiento. En su mirada palpitó una generosa, alegre y sorprendida gratitud.
Paulina me preguntó en qué poema un hombre se aleja tanto de una mujer que no la saluda cuando la encuentra en el cielo. Yo sabía que el poema era de Browning y vagamente recordaba los versos. Pasé el resto de la tarde buscándolos en la edición de Oxford. Si no me dejaban con Paulina, buscar algo para ella era preferible a conversar con otras personas, pero estaba singularmente ofuscado y me pregunté si la imposibilidad de encontrar el poema no entrañaba un presagio. Miré hacia la ventana. Luis Alberto Morgan, el pianista, debió de notar mi ansiedad, porque me dijo:
—Paulina está mostrando la casa a Montero.
Me encogí de hombros, oculté apenas el fastidio y simulé interesarme, de nuevo, en el libro de Browning. Oblicuamente vi a Morgan entrando en mi cuarto. Pensé: Va a llamarla. En seguida reapareció con Paulina y con Montero.
Por fin alguien se fue; después, con despreocupación y lentitud partieron otros. Llegó un momento en que sólo quedamos Paulina, yo y Montero. Entonces, como lo temí, exclamó Paulina:
—Es muy tarde. Me voy.
Montero intervino rápidamente:
—Si me permite, la acompañaré hasta su casa.
—Yo también te acompañaré— respondí.
Le hablé a Paulina, pero miré a Montero. Pretendí que los ojos le comunicaran mi desprecio y mi odio.
Al llegar abajo, advertí que Paulina no tenía el caballito chino. Le dije:
—Has olvidado mi regalo.
Subí al departamento y volví con la estatuita . Los encontré apoyados en el portón de vidrio, mirando el jardín. Tomé del brazo a Paulina y no permití que Montero se le acercara por el otro lado. En la conversación prescindí ostensiblemente de Montero.
No se ofendió. Cuando nos despedimos de Paulina, insistió en acompañarme hasta casa. En el trayecto habló de literatura, probablemente con sinceridad y con fervor. Me dije: El es el literato; yo soy un hombre cansado, frívolamente preocupado con una mujer. Consideré la incongruencia que había entre su vigor físico y su debilidad literaria. Pensé: una caparazón lo protege; no le llega lo que siente el interlocutor. Miré con odio sus ojos despiertos, su bigote hirsuto, su pescuezo fornido.
Aquella semana casi no vi a Paulina. Estudié mucho. Después del último examen, la llamé por teléfono. Me felicitó con una insistencia que no parecía natural y dijo que al fin de la tarde iría a casa.
Dormí la siesta, me bañé lentamente y esperé a Paulina hojeando un libro sobre los Faustos de Muller y de Lessing.
Al verla, exclamé:
—Estás cambiada.
—Sí —respondió—. ¡Cómo nos conocemos! No necesito hablar para que sepas lo que siento.
Nos miramos en los ojos, en un éxtasis de beatitud.
—Gracias—contesté.
Nada me conmovía tanto como la admisión, por parte de Paulina, de la entrañable conformidad de nuestras almas. Confiadamente me abandoné a ese halago. No sé cuándo me pregunté (incrédulamente) si las palabras de Paulina ocultarían otro sentido. Antes de que yo considerara esta posibilidad, Paulina emprendió una confusa explicación. Oí de pronto:
—Esa primera tarde ya estábamos perdidamente enamorados.
Me pregunté quiénes estaban enamorados. Paulina continuó.
—Es muy celoso. No se opone a nuestra amistad, pero le juré que, por un tiempo, no te vería.
Yo esperaba, aún, la imposible aclaración que me tranquilizara. No sabía si Paulina hablaba en broma o en serio. No sabía qué expresión había en mi rostro. No sabía lo desgarradora que era mi congoja. Paulina agregó:
—Me voy. Julio está esperándome. No subió para no molestarnos.
—¿Quién?—pregunté.
En seguida temí —como si nada hubiera ocurrido— que Paulina descubriera que yo era un impostor y que nuestras almas no estaban tan juntas.
Paulina contestó con naturalidad:
—Julio Montero.
La respuesta no podía sorprenderme; sin embargo, en aquella tarde horrible, nada me conmovió tanto como esas dos palabras. Por primera vez me sentí lejos de Paulina. Casi con desprecio le pregunté:
—¿Van a casarse?
No recuerdo qué me contestó. Creo que me invitó a su casamiento.
Después me encontré solo. Todo era absurdo. No había una persona más incompatible con Paulina (y conmigo) que Montero. ¿O me equivocaba? Si Paulina quería a ese hombre, tal vez nunca se había parecido a mí. Una abjuración no me bastó; descubrí que muchas veces yo había entrevisto la espantosa Verdad.
Estaba muy triste, pero no creo que sintiera celos. Me acosté en la cama, boca abajo. Al estirar una mano, encontré el libro que había leído un rato antes. Lo arrojé lejos de mí, con asco.
Salí a caminar. En una esquina miré una calesita. Me parecía imposible seguir viviendo esa tarde.
Durante años la recordé y como prefería los dolorosos momentos de la ruptura (porque los había pasado con Paulina) a la ulterior soledad, los recorría y los examinaba minuciosamente y volvía a vivirlos. En esta angustiada cavilación creía descubrir nuevas interpretaciones para los hechos. Así, por ejemplo, en la voz de Paulina declarándome el nombre de su amado, sorprendí una ternura que, al principio, me emocionó. Pensé que la muchacha me tenía lástima y me conmovió su bondad como antes me conmovía su amor. Luego, recapacitando, deduje que esa ternura no era para mí sino para el nombre pronunciado.
Acepté la beca, y, silenciosamente, me ocupé en los preparativos del viaje. Sin embargo, la noticia trascendió. En la última tarde me visitó Paulina.
Me sentía alejado de ella, pero cuando la vi me enamoré de nuevo. Sin que Paulina lo dijera, comprendí que su aparición era furtiva. La tomé de las manos, trémulo de agradecimiento. Paulina exclamó:
—Siempre te querré. De algún modo, siempre te querré más que a nadie.
Tal vez creyó que había cometido una traición. Sabía que yo no dudaba de su lealtad hacia Montero, pero como disgustada por haber pronunciado palabras que entrañaran —si no para mí, para un testigo imaginario— una intención desleal, agregó rápidamente:
—Es claro, lo que siento por ti no cuenta. Estoy enamorada de Julio.
Todo lo demás, dijo, no tenía importancia. El pasado era una región desierta en que ella había esperado a Montero. De nuestro amor, o amistad, no se acordó.
Después hablamos poco. Yo estaba muy resentido y fingí tener prisa. La acompañé en el ascensor. Al abrir la puerta retumbó, inmediata, la lluvia.
—Buscaré un taxímetro— dije.
Con una súbita emoción en la voz, Paulina me gritó:
—Adiós, querido.
Cruzó, corriendo, la calle y desapareció a lo lejos. Me volví, tristemente. Al levantar los ojos vi a un hombre agazapado en el jardín. El hombre se incorporó y apoyó las manos y la cara contra el portón de vidrio. Era Montero.
Rayos de luz lila y de luz anaranjada se cruzaban sobre un fondo verde, con boscajes oscuros. La cara de Montero, apretada contra el vidrio mojado, parecía blanquecina y deforme.
Pensé en acuarios, en peces en acuarios. Luego, con frívola amargura, me dije que la cara de Montero sugería otros monstruos: los peces deformados por la presión del agua, que habitan el fondo del mar.
Al otro día, a la mañana, me embarqué. Durante el viaje, casi no salí del camarote. Escribí y estudié mucho.
Quería olvidar a Paulina. En mis dos años de Inglaterra evité cuanto pudiera recordármela: desde los encuentros con argentinos hasta los pocos telegramas de Buenos Aires que publicaban los diarios. Es verdad que se me aparecía en el sueño, con una vividez tan persuasiva y tan real, que me pregunté si mi alma no contrarrestaba de noche las privaciones queyo le imponía en la vigilia. Eludí obstinadamente su recuerdo. Hacia el fin del primer año, logré excluirla de mis noches, y, casi, olvidarla.
La tarde que llegué de Europa volví a pensar en Paulina. Con aprehensión me dije que tal vez en casa los recuerdos fueran demasiado vivos. Cuando entré en mi cuarto sentí alguna emoción y me detuve respetuosamente, conmemorando el pasado y los extremos de alegría y de congoja que yo había conocido. Entonces tuve una revelación vergonzosa. No me conmovían secretos monumentos de nuestro amor, repentinamente manifestados en lo más íntimo de la memoria; me conmovía la enfática luz que entraba por la ventana, la luz de Buenos Aires.
A eso de las cuatro fui hasta la esquina y compré un kilo de café. En la panadería, el patrón me reconoció, me saludó con estruendosa cordialidad y me informó que desde hacía mucho tiempo —seis meses por lo menos— yo no lo honraba con mis compras. Después de estas amabilidades le pedí, tímido y resignado, medio kilo de pan. Me preguntó, como siempre:
—¿Tostado o blanco?
Le contesté, como siempre:
—Blanco.
Volví a casa. Era un día claro como un cristal y muy frío.
Mientras preparaba el café pensé en Paulina. Hacia el fin de la tarde solíamos tomar una taza de café negro.
Como en un sueño pasé de un afable y ecuánime in diferencia a la emoción, a la locura, que me produjo la aparición de Paulina. Al verla caí de rodillas, hundí la cara entre sus manos y lloré por primera vez todo el dolor de haberla perdido.
Su llegada ocurrió así: tres golpes resonaron en la puerta; me pregunté quién sería el intruso; pensé que por su culpa se enfriaría el café, abrí, distraídamente.
Luego —ignoro si el tiempo transcurrido fue muy largo o muy breve— Paulina me ordenó que la siguiera. Comprendí que ella estaba corrigiendo, con la persuasión de los hechos, los antiguos errores de nuestra conducta. Me parece (pero además de recaer en los mismos errores, soy infiel a esa tarde) que los corrigió con excesiva determinación . Cuando me pidió que la tomara de la mano (“¡La mano!”, me dijo. “¡Ahora!”) me abandoné a la dicha. Nos miramos en los ojos y, como dos ríos confluentes, nuestras almas también se unieron. Afuera, sobre el techo, contra las paredes, llovía. Interpreté esa lluvia —que era el mundo entero surgiendo, nuevamente— como una pánica expansión de nuestro amor.
La emoción no me impidió, sin embargo, descubrir que Montero había contaminado la conversación de Paulina. Por momentos, cuando ella hablaba, yo tenía la ingrata impresión de oír a mi rival. Reconocí la característica pesadez de las frases; reconocí las ingenuas y trabajosas tentativas de encontrar el término exacto; reconocí, todavía apuntando vergonzosamente, la inconfundible vulgaridad.
Con un esfuerzo pude sobreponerme. Miré el rostro, la sonrisa, los ojos. Ahí estaba Paulina, intrínseca y perfecta. Ahí no me la habían cambiado.
Entonces, mientras la contemplaba en la mercurial penumbra del espejo, rodeada por el marco de guirnaldas, de coronas y de ángeles negros, me pareció distinta. Fue como si descubriera otra versión de Paulina; como si la viera de un modo nuevo. Di gracias por la separación, que me había interrumpido el hábito de verla, pero que me la devolvía más hermosa.
Paulina dijo:
—Me voy. Julio me espera.
Advertí en su voz una extraña mezcla de menosprecio y de angustia, que me desconcertó. Pensé melancólicamente: Paulina, en otros tiempos, no hubiera traicionado a nadie. Cuando levanté la mirada, se había ido.
Tras un momento de vacilación la llamé. Volví a llamarla, bajé a la entrada, corrí por la calle. No la encontré. De vuelta, sentí frío. Me dije: “Ha refrescado. Fue un simple chaparrón”. La calle estaba seca.
Cuando llegué a casa vi que eran las nueve. No tenía ganas de salir a comer; la posibilidad de encontrarme con algún conocido, me acobardaba. Preparé un poco de café. Tomé dos o tres tazas y mordí la punta de un pan.
No sabía siquiera cuándo volveríamos a vernos. Quería hablar con Paulina. Quería pedirle que me aclarara... De pronto, mi ingratitud me asustó. El destino me deparaba toda la dicha y yo no estaba contento. Esa tarde era la culminación de nuestras vidas. Paulina lo había comprendido así. Yo mismo lo había comprendido. Por eso casi no hablamos. (Hablar, hacer preguntas hubiera sido, en cierto modo, diferenciarnos).
Me parecía imposible tener que esperar hasta el día siguiente para ver a Paulina. Con premioso alivio determiné que iría esa misma noche a casa de Montero. Desistí muy pronto; sin hablar antes con Paulina, no podía visitarlos. Resolví buscar a un amigo —Luis Alberto Morgan me pareció el más indicado— y pedirle que me contara cuanto supiera de la vida de Paulina durante mi ausencia.
Luego pensé que lo mejor era acostarme y dormir. Descansado, vería todo con más comprensión. Por otra parte, no estaba dispuesto a que me hablaran frívolamente de Paulina. Al entrar en la cama tuve la impresión de entrar en un cepo (recordé, tal vez, noches de insomnio, en que uno se queda en la cama para no reconocer que está desvelado). Apagué la luz.
No cavilaría más sobre la conducta de Paulina. Sabía demasiado poco para comprender la situación. Ya que no podía hacer un vacío en la mente y dejar de pensar, me refugiaría en el recuerdo de esa tarde.
Seguiría queriendo el rostro de Paulina aun si encontraba en sus actos algo extraño y hostil que me alejaba de ella. E1 rostro era el de siempre, el puro y maravilloso que me había querido antes de la abominable aparición de Montero. Me dije: Hay una fidelidad en las caras, que las almas quizá no comparten.
¿O todo era un engaño? ¿Yo estaba enamorado de una ciega proyección de mis preferencias y repulsiones? ¿Nunca había conocido a Paulina?
Elegí una imagen de esa tarde —Paulina ante la oscura y tersa profundidad del espejo— y procuré evocarla. Cuando la entreví, tuve una revelación instantánea: dudaba porque me olvidaba de Paulina. Quise consagrarme a la contemplación de su imagen. La fantasía y la memoria son facultades caprichosas: evocaba el pelo despeinado, un pliegue del vestido, la vaga penumbra circundante, pero mi amada se desvanecía.
Muchas imágenes, animadas de inevitable energía, pasaban ante mis ojos cerrados. De pronto hice un descubrimiento. Como en el borde oscuro de un abismo, en un ángulo del espejo, a la derecha de Paulina, apareció el caballito de piedra verde.
La visión, cuando se produjo, no me extrañó; sólo después de unos minutos recordé que la estatuita no estaba en casa. Yo se la había regalado a Paulina hacía dos años.
Me dije que se trataba de una superposición de recuerdos anacrónicos (el más antiguo, del caballito; el más reciente, de Paulina). La cuestión quedaba dilucidada, yo estaba tranquilo y debía dormirme. Formulé entonces una reflexión vergonzosa y, a la luz de lo que averiguaría después, patética. “Si no me duermo pronto”, pensé, “mañana estaré demacrado y no le gustaré a Paulina”.
Al rato advertí que mi recuerdo de la estatuita en el espejo del dormitorio no era justificable. Nunca la puse en el dormitorio. En casa, la vi únicamente en el otro cuarto (en el estante o en manos de Paulina o en las mías).
Aterrado, quise mirar de nuevo esos recuerdos. E1 espejo reapareció, rodeado de ángeles y de guirnaldas de madera, con Paulina en el centro y el caballito a la derecha. Yo no estaba seguro de que reflejara la habitación. Tal vez la reflejaba, pero de un modo vago y sumario. En cambio el caballito se encabritaba nítidamente en el estante de la biblioteca. La biblioteca abarcaba todo el fondo y en la oscuridad lateral rondaba un nuevo personaje, que no reconocí en el primer momento. Luego, con escaso interés, noté que ese personaje era yo.
Vi el rostro de Paulina, lo vi entero (no por partes), como proyectado hasta mí por la extrema intensidad de su hermosura y de su tristeza. Desperté llorando.
No sé desde cuándo dormía. Sé que el sueño no fue inventivo. Continuó, insensiblemente, mis imaginaciones y reprodujo con fidelidad las escenas de la tarde.
Miré el reloj. Eran las cinco. Me levantaría temprano y, aun a riesgo de enojar a Paulina, iría a su casa. Esta resolución no mitigó mi angustia.
Me levanté a las siete y media, tomé un largo baño y me vestí despacio.
Ignoraba dónde vivía Paulina. El portero me prestó la guía de teléfonos y la Guía Verde. Ninguna registraba la dirección de Montero. Busqué el nombre de Paulina; tampoco figuraba. Comprobé, asimismo, que en la antigua casa de Montero vivía otra persona. Pensé preguntar la dirección a los padres de Paulina.
No los veía desde hacía mucho tiempo (cuando me enteré del amor de Paulina por Montero, interrumpí el trato con ellos). Ahora, para disculparme, tendría que historiar mis penas. Me faltó el ánimo.
Decidí hablar con Luis Alberto Morgan. Antes de las once no podía presentarme en su casa. Vagué por las calles, sin ver nada, o atendiendo con momentánea aplicación a la forma de una moldura en una pared o al sentido de una palabra oída al azar. Recuerdo que en la plaza Independencia una mujer, con los zapatos en una mano y un libro en la otra, se paseaba descalza por el pasto húmedo.
Morgan me recibió en la cama, abocado a un enorme tazón, que sostenía con ambas manos. Entre vi un líquido blancuzco y, flotando, algún pedazo de pan.
—¿Dónde vive Montero? —le pregunté.
Ya había tomado toda la leche. Ahora sacaba del fondo de la taza los pedazos de pan.
—Montero está preso— contestó.
No pude ocultar mi asombro. Morgan continuó:
—¿Cómo? ¿Lo ignoras?
Imaginó, sin duda, que yo ignoraba solamente ese detalle, pero, por gusto de hablar, refirió todo lo ocurrido. Creí perder el conocimiento: caer en un repentino precipicio; ahí también llegaba la voz ceremoniosa, implacable y nítida, que relataba hechos incomprensibles con la monstruosa y persuasiva convicción de que eran familiares.
Morgan me comunicó lo siguiente: Sospechando que Paulina me visitaría, Montero se ocultó en el jardín de casa. La vio salir, la siguió; la interpeló en la calle. Cuando se juntaron curiosos, la subió a un automóvil de alquiler. Anduvieron toda la noche por la Costanera y por los lagos y, a la madrugada, en un hotel del Tigre, la mató de un balazo. Esto no había ocurrido la noche anterior a esa mañana; había ocurrido la noche anterior a mi viaje a Europa; había ocurrido hacía dos años.
En los momentos más terribles de la vida solemos caer en una suerte de irresponsabilidad protectora y en vez de pensar en lo que nos ocurre dirigimos la atención a trivialidades. En ese momento yo le pregunté a Morgan:
—¿Te acuerdas de la última reunión, en casa, antes de mi viaje?
Morgan se acordaba. Continué:
—Cuando notaste que yo estaba preocupado y fuiste a mi dormitorio a buscar a Paulina, ¿qué hacía Montero?
—Nada— contestó Morgan, con cierta vivacidad—. Nada. Sin embargo, ahora lo recuerdo: se miraba en el espejo.
Volvía a casa. Me crucé, en la entrada, con el portero. Afectando indiferencia, le pregunté:
—¿Sabe que murió la señorita Paulina?
—¿Cómo no voy a saberlo?— respondió—. Todos los diarios hablaron del asesinato y yo acabé declarando en la policía.
El hombre me miró inquisitivamente.
—¿Le ocurre algo?— dijo, acercándose mucho—. ¿Quiere que lo acompañe?
Le di las gracias y me escapé hacia arriba. Tengo un vago recuerdo de haber forcejeado con una llave; de haber recogido unas cartas, del otro lado de la puerta; de estar con los ojos cerrados, tendido boca abajo, en la cama.
Después me encontré frente al espejo, pensando: “Lo cierto es que Paulina me visitó anoche. Murió sabiendo que el matrimonio con Montero había sido un equivocación —una equivocación atroz— y que nosotros éramos la verdad. Volvió desde la muerte, para completar su destino, nuestro destino”. Recordé una frase que Paulina escribió, hace años, en un libro: Nuestras almas ya se reunieron. Seguí pensando: “Anoche, por fin. En el momento en que la tomé de la mano”. Luego me dije: “Soy indigno de ella: he dudado, he sentido celos. Para quererme vino desde la muerte”.
Paulina me había perdonado. Nunca nos habíamos querido tanto. Nunca estuvimos tan cerca.
Yo me debatía en esta embriaguez de amor, victoriosa y triste cuando me pregunté —mejor dicho, cuando mi cerebro, llevado por el simple hábito de proponer alternativas, se preguntó— si no habría otra explicación para la visita de anoche. Entonces, como una fulminación, me alcanzó la verdad.
Quisiera descubrir ahora que me equivoco de nuevo. Por desgracia, como siempre ocurre cuando surge la verdad, mi horrible explicación aclara los hechos que parecían misteriosos. Estos, por su parte, la confirman.
Nuestro pobre amor no arrancó de la tumba a Paulina. No hubo fantasma de Paulina. Yo abracé un monstruoso fantasma de los celos de mi rival.
La clave de lo ocurrido está oculta en la visita que me hizo Paulina en la víspera de mi viaje. Montero la siguió y la esperó en el jardín. La riñó toda la noche y, porque no creyó en sus explicaciones —¿cómo ese hombre entendería la pureza de Paulina?— la mató a la madrugada.
Lo imaginé en su cárcel, cavilando sobre esa visita, representándosela con la cruel obstinación de los celos.
La imagen que entró en casa, lo que después ocurrió allí, fue un a proyección de la horrenda fantasía de Montero. No lo descubrí entonces, porque estaba tan conmovido y tan feliz, que sólo tenía voluntad para obedecer a Paulina. Sin embargo, los indicios no faltaron. Por ejemplo, la lluvia. Durante la visita de la verdadera Paulina —en la víspera de mi viaje— no oí la lluvia. Montero, que estaba en el jardín, la sintió directamente sobre su cuerpo. Al imaginarnos, creyó que la habíamos oído. Por eso anoche oí llover. Después me encontré con que la calle estaba seca.
Otro indicio es la estatuita. Un solo día la tuve en casa: el día del recibo. Para Montero quedó como un símbolo del lugar. Por eso apareció anoche.
No me reconocí en el espejo, por que Montero no me imaginó claramente. Tampoco imaginó con precisión el dormitorio. Ni siquiera conoció Paulina. La imagen proyectada por Montero se condujo de un modo que no es propio de Paulina. Además, hablaba como él.
Urdir esta fantasía es el tormento de Montero. El mío es más real. Es la convicción de que Paulina no volvió porque estuviera desengañada de su amor. Es la convicción de que nunca fui su amor. Es la convicción de que Montero no ignoraba aspectos de su vida que sólo he conocido indirectamente. Es la convicción de que al tomarla de la mano —en el supuesto momento de la reunión de nuestras almas— obedecí a un ruego de Paulina que ella nunca me dirigió y que mi rival oyó muchas veces.


Adolfo Bioy Casares

A.B.C.


Adolfo Bioy Casares
Cronología
1914 - El 15 de Septiembre nace Adolfo Bioy Casares en Buenos Aires; sus padres son don Adolfo Bioy y Marta Casares.
1919 - Su padre le recita poemas de literatura argentina; El Martín Fierro; Fausto de Estanislao del Campo; A Rosas de José Mármol; El Inválido de Bartolomé Mitre; El Ombú de Luis Dominguez y El Cigarro de Florencio Balcarce.
1923 - Redacta con Enrique L. Drago Mitre y los hermanos Menditeguy la efímera revista Batitú.
1925 - Inicia la escritura de Iris y Margarita, novela de amor, para una prima de la que está enamorado, plagiando Petit Bob de Gyp.
1928 - Escribe su primer cuento fantástico; género policial : Vanidad o una aventura terrorífica. Lee a Gastón Leroux y a Arthur Conan Doyle.
1929 - Escribe Prólogo, con correcciones de su padre. Viaja por Estados Unidos de América en tanto que escribe novelas que con el tiempo no concluirá. Lee La Biblia y dramaturgos españoles del siglo de Oro.
1930 - Comienza a escribir la Novela Grande (rebautizada Inauguración del Espanto) y escribe cuentos para el libro Diecisiete Disparos contra lo Porvenir.
1931 - Lee el Quijote en la versión anotada de Francisco Rodriguez Marín, Tres Relatos Porteños de Arturo Cancela.
1932 - En la casa de Victoria Ocampo, en mayo, conoce a Jorge Luis Borges; desde aquel encuentro hasta la muerte de Borges vivieron una grande y entrañable amistad. Ingresa en la facultad de Derecho. Concluye la Novela Grande. Lee Mucho.
1933 - Adolfo Bioy Casares publica en la editorial Tor, su libro Diecisiete Disparos Contra lo Porvenir; lo hace bajo el nombre de Martín Sacastrú. Esta edición fue pagada por su padre sin que él (Adolfo Bioy Casares) tuviese conocimiento. Abandona la carrera de Derecho.
1934 - Conoce a Silvina Ocampo, quien luego será su esposa. Publica el libro Caos. Las críticas son muy adversas.
1935 - Publica Tormento o La Vida Múltiple de Juan Ruteno, con ilustraciones de Silvina Ocampo. Planea un libro sobre efectos literarios que sería la clave de toda la literatura. Comienza a escribir Teseo Fatal. Recibe el primer premio de cuentos de La Revista Americana por Caos.
1936 - Publica La estatua casera, con ilustraciones de Silvina Ocampo. En colaboración con Jorge Luis Borges, publican la revista Destiempo (que alcanzará tres números). Conoce a Peyrou, a Carlos Mastronardi y a Xul Solar. Escribe un soneto y unas paginas sobre el Doctor Praetorius, filántropo y asesino.
1937 - Publica Luis Greve, muerto. Abandona Teseo Fatal. Aparece el tercer y último número de Destiempo. Comienza a escribir La Invención de Morel.
1938 - Abandona la novela Pasado Mortal.
1939 - Abandona las novelas La Navaja del Muerto y El Problema de la Torre China.
1940 - Se casa con Silvina Ocampo en Las Flores, Provincia de Buenos Aires. Publica La invención de Morel. Publica también La antología de la literatura fantástica junto con Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo. Conoce a Francisco Ayala.
1941 - La invención de Morel obtiene el primer Premio Municipal de Literatura de la Cuidad de Buenos Aires. Publica con Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo la Antología Poética Argentina. Escribe reseñas de libros para la revista SUR.
1942 - Publica con Jorge Luis Borges Seis problemas para don Isidro Parodi bajo el seudónimo de Honorio Bustos-Domecq y editado por editorial Sur. Escribe en colaboración con Mastronardi, un cuento policial con el seudónimo común de C. I. Lynch. Ingresa en la Rationalistic Press Association.
1943 - Los Mejores Cuentos Policiales (primera serie), con Borges.
1944 - Publica El Perjurio de la Nieve. En la revista SUR publica el cuento La Trama Celeste. Realiza varias colaboraciones con Borges.
1945 - Publica Plan de evasión. Dirige con Borges la colección de novelas policiales El Séptimo Círculo. Conoce a Juan Rodolfo Wilcock. El club el Libro del Mes premia Plan de Evasión como el libro del mes de Octubre.
1946 - Publica, en colaboración con su mujer Silvina Ocampo, Los Que Aman, Odian. Ese mismo año publica junto a Jorge Luis Borges, Modelo Para la Muerte, bajo el seudónimo de B. Suárez Lynch. También aparece otra edición privada de Honorio Bustos-Domecq, esta vez de dos cuentos titulados Dos Fantasías Memorables. Publica en la revista SUR el cuento El Otro Laberinto.
1947 - Publica el cuento De Los Reyes Futuros en la revista Anales. Escribe junto a Jorge Luis Borges el cuento La Fiesta del Monstruo que circulará manuscrito hasta 1955.
1948 - Publica La trama celeste. Ensayistas Ingleses. Francisco de Quevedo: Prosa y Verso, en colaboración con Borges.
1949 - Las Vísperas de Fausto. Prólogo para la Celestina. Escribe en colaboración con Borges Los Orilleros. Conoce a Octavio Paz y a Elena Garro.
1950 - El Crimen de Oribe, film de Torre Ríos y Torre Nilsson, basado en El Perjurio de la Nieve. En colaboración con Borges, El Paraíso de los Creyentes.
1951 - Los Mejores Cuentos Policiales (segunda serie), con Borges.
1952 - Muere Marta Casares, su madre. Se publica en Francia L’Invention de Morel. Publica en la revista Número, el cuento El Hijo de su Amigo, en colaboración con Borges. Escribe Homenaje a Francisco Ayala.
1953 - Escribe y deja inconclusa la comedia La Isla o Del Amor. Escribe el cuento Historia Prodigiosa.
1954 - Publica El Sueño de los Héroes y Homenaje a Francisco Ayala. Ese mismo año nace Marta Bioy, su hija. Publica en la revista Entregas de Lícorne el cuento Clave para un Amor. Hace lo propio con el cuento De Aporte Positivo, con Borges, pero esta vez en la revista Buenos Aires Literaria.
1955 - Publica en colaboración con Jorge Luis Borges, dos guiones cinematográficos: Los Orilleros y El paraíso de los creyentes. Además los libros Poesía gauchesca y Cuentos breves y extraordinarios. En la revista Mancha publican el cuento La Fiesta del Monstruo. Escribe el cuento La Sierva Ajena.
1956 - Historias Prodigiosas. Escribe varias reseñas para el diario La Nación.
1958 - Publica el cuento Moscas y Arañas en el diario La Nación. Conoce a Alberto Moravia y a Giorgio Bassani. Escribe el cuento De los Dos Lados.
1959 - Publica Guirnaldas con amores. En la revista SUR publica el cuento Cuervo y Paloma del Doctor Sebastian Darrés. Escribe el cuento Los Afanes. Comienza a escribir la novela Irse. Conoce a Vlady Kociancich.
1960 - Publica con Borges, El Libro del Cielos y El Infierno y Los Gauchescos.
1961 - Publica en la revista SUR el cuento Un León en el Bosque de Palermo.
1962 - Publica El Lado de la Sombra. Muere Adolfo Bioy, su padre.
1963 - Ese año, con su libro El Lado de la Sombra, obtiene el segundo Premio Nacional de Literatura.
1964 - Publica Libros y Amistad en la revista L’Herne. Publica en la revista Cuadernos Hispanoamericanos, La Fiesta de un Fauno. Se publica en Francia Le Songe des Héros. En Estados Unidos The Invention of Morel and other Stories.
1965 - Escribe los cuentos Un Perro que se LLamaba Dos y Las Caras de la Verdad. Se publica en Alemania La Invención de Morel.
1966 - Escribe la comedia Siete Soñadores. Se publica en Italia L’ Invenzione di Morel.
1967 - El Gran Serafín. Se publican las memorables Crónicas de Honorio Bustos Domecq. Según Borges y Bioy, es lo mejor que escribieron juntos. Escribe Memoria Sobre la Pampa y los Gauchos.
1968 - Publica La Otra Aventura, que es una recopilación de ensayos. En Sur publica la comedia Siete Soñadores. Se publica en Italia Il Sogno degli Heroi. Comienza a escribir Diario de la Guerra del Cerdo. En colaboración con Jorge Luis Borges y Hugo Santiago escribe el guión del film Invasión.
1969 - Se edita en Buenos Aires El Diario de la Guerra del Cerdo. Se estrena el film Invasión. El diario La Prensa publica el cuento La Pasajera de Primera Clase. En colaboración con Borges escribe el cuento Penumbra Pompa.
1970 - Su relato El gran serafín, obtiene otro Premio Nacional de Literatura. La revista Atlántida publica el cuento Penumbra y Pompa. En colaboración con Borges escribe el cuento Las Formas de la Gloria. Se publica en Francia Journal de la Guerre au Cochon.
1971 - Publica Breve Diccionario del Argentino Exquisito con el seudónimo de Javier Miranda. Escribe la comedia La Cueva de Vidrio. Con Borges escribe los cuentos El Enemigo Nº 1 de la Censura y La Salvación por las Obras.
1972 - Publica Historias fantásticas e Historias de Amor ; También el cuento Una Guerra Perdida en la revista Hispamérica. con la colaboración de Borges escribe el cuento Deslindando Responsabilidades. Se publican traducciones de sus libros en Holanda, Brasil y Francia.
1973 - Publica la novela Dormir al Sol. En Italia es llevada al cine La invención de Morel, adaptada por E. Greco y Andrea Barbeto.
1974 - Se publican en Italia: Plan de Evasión; en Francia: Dormir al Sol; en Holanda: Diario de la Guerra del Cerdo; en Brasil La Invención de Morel; en Polonia Plan de Evasión. Publica en la revista Crisis el cuento Un Nuevo Surco.
1975 - Adolfo Bioy Casares recibe el Gran Premio de la Sociedad Argentina de Escritores. Se publican traducciones en Holanda de Dormir al Sol; en Estados Unidos de Plan de Evasión y en Rumania de La Invención de Morel y Plan de Evasión.
1976 - Publica en el Diario La Opinión el cuento De la Forma del Mundo. Publica el cuento Mas Allá del Bien y del Mal, en colaboración con Borges para el mencionado diario.
1977 - Publica Nuevos cuentos de Bustos Domecq junto a Jorge Luis Borges.
1978 - Publica El héroe de las mujeres, libro de cuentos.
1979 - Se publica en Italia Dormire al Sol.
1980 - Publica Un Viaje Inesperado en al diario Clarín.
1981 - Es nombrado miembro de la Legión de Honor de Francia. Publica el cuento El Camino de las Indias en la revista Vogue. Escribe Con Victoria en Nueva York, en base a sus diarios de viaje. Escribe el cuento Máscaras Venecianas.
1982 - Abandona la Novela Irse. Comienza la escritura de la novela La Aventura de un Fotógrafo de La Plata.
1983 - Trabaja en la novela La Aventura de un Fotógrafo de La Plata. Publica el cuento Margarita o el Poder de la Farmacopéa.
1984 - Recibe el Premio Esteban Echeverría de Gentes de Letras; el Premio de la Policía Federal, por su contribución al desarrollo del género policíaco; también el premio Konex de Platino.
1985 - Se edita su novela Las aventuras de un fotógrafo en La Plata.
1986 - Publica un libro de relatos llamado Historias desaforadas. Es nombrado ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.
1987 - Obras Escogidas con prólogo de Vlady Kociancich. Escribe y publica los cuentos Catón, Encuentro en Rauch y A Propósito de un olor.
1988 - La universidad italiana G. d’Annunzio de Chieti, en Pescara, le concede el título de Doctor honoris causa por el conjunto de su obra.
1989 - Publica Bioy Casares a la hora de Escribir.
1990 - En Madrid se lo distingue con el Premio Miguel de Cervantes (EL más importante de las Letras españolas).
1991 - Culmina la redacción de sus memorias. El 23 de abril recibe en Alcalá de Henares el Premio Miguel de Cervantes. Publica Una Muñeca Rusa y Unos Días en Brasil. Se le otorga el Premio Alfonso Reyes de México.
1992 - Premio Rioplatense Rotary Club de Montevideo. Premio Consagración Nacional de la Secretaría de Cultura de la Nación.
1993 - Publica Un campeón desparejo. Doctor Honoris Causa de la Universidad Stendahl, de Grenoble. Muere Silvina Ocampo, su mujer.
1994 - Edita sus Memorias. Muere Marta Bioy, su hija.
1995 - Publica Viajes. Son cartas a Silvina Ocampo. Publican en China una antología que contiene: La Invención de Morel; El Sueño de los Héroes; Diario de la Guerra del Cerdo y numerosos cuentos. Escribe cuentos para Una Magia Modesta.
1996 - Personalidad emérita de la Cultura Argentina. Secretaría de Cultura Argentina. Premio Claridad Jerusalen 3000 Casa Argentina Israel Tierra Santa. "Vida , Obra y persona" en reconocimiento por trayectoria en letras.
1997 - Publica su libro De jardines ajenos. A fin de año aparece el libro de cuentos Una Magia Modesta. Escribe la novela corta De Un Mundo a Otro.
1998 - Publica la Novela De Un Mundo a Otro.

J.L.B. Cronologia


Cronología biográfica y bibliográfica de Jorge Luis Borges
1899: nace en Buenos Aires Jorge Francisco Isidoro Luis Borges, el 24 de agosto, a los ocho meses de gestación, en una casa perteneciente a la familia materna ubicada en la calle Tucumán 840, entre Suipacha y Esmeralda. Sus padres son Jorge Guillermo Borges Haslam y Leonor Acevedo Suárez. Su padre fue abogado, profesor, traductor de Omar Kahayyam sobre la versión inglesa de Fitzgerald, autor de poemas y de una novela, El caudillo, publicado en Palma de Mallorca, en 1921. Borges ha dicho: "Soy porteño, he nacido en la Parroquia de San Nicolás, la más antigua de la Capital, al menos para mí". 1901: nace, el 4 de marzo, su hermana Norah. La familia se traslada a la calle Serrano 2135, en el barrio de Palermo. 1906: escribe su primer relato: La visera fatal, siguiendo páginas del Quijote, y en inglés esboza un breve ensayo sobre mitología griega. 1908: traduce del inglés El príncipe feliz, de Oscar Wilde, que firma Jorge Borges (h) y se publica en el periódico "El País". 1914: la familia viaja a Europa y se refugian de la Primera Guerra Mundial en Ginebra, Suiza, donde los niños realizarán sus estudios. 1918: la familia se traslada a Lugano; Borges se recibe de bachiller estudiando en francés y aprende alemán.1919: viaja a España, recorre Mallorca, Barcelona, Sevilla y Madrid. En Palma de Mallorca escribe dos libros que no publicará: Los ritmos rojos, poemas de elogio a la Revolución Rusa, y Los naipes del tahúr, cuentos. En Madrid y Sevilla participa del movimiento literario ultraísta y colabora con poemas y crítica literaria en varias revistas, como "Hélices", "Cervantes", "Grecia", "Ultra", "Cosmópolis", etc. Conoce a quien sería su cuñado, Guillermo de Torre, y a los principales escritores españoles de la época, entre ellos al que consideró su maestro, Rafael Cansinos-Assens y a Ramón Gómez de la Serna. Se publica su primer poema, Al mar. 1921: regresa a Buenos Aires, redescubre su ciudad y los arrabales. Funda la revista mural "Prisma" y publica en la revista "Nosotros" un manifiesto ultraísta. 1922: funda la revista "Proa" con Macedonio Fernández, Eduardo González Lanuza, Guillermo Juan, Norah Lange y Francisco Piñero. 1923: aparece su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires. Segundo viaje a Europa, con la familia; visitan Londres, París, Madrid, Andalucía, Mallorca y Sevilla. 1924: regresa a Buenos Aires y funda la segunda revista "Proa", con Ricardo Güiraldes, Alfredo Brandán Caraffa y Pablo Rojas Paz; asimismo colabora activamente en la revista "Martín Fierro".1925: publica Luna de enfrente, poemas, e Inquisiciones, libro de ensayos que nunca quiso reeditar. Conoce a Victoria Ocampo. 1926: publica El tamaño de mi esperanza, otro libro de ensayos que no se reeditará mientras viva. Junto con Vicente Huidobro y Alberto Hidalgo publica la antología Indice de la poesía americana.1927: aparece en el periódico "Martín Fierro" la primera versión de Hombres que pelearon, que luego se llamará Hombre de la esquina rosada. 1928: su hermana Norah se casa con Guillermo de Torre. Publica El idioma de los argentinos. 1929: se adjudica el segundo Premio Municipal de Literatura por Cuaderno San Martín, su tercer libro de poemas. 1930: conoce al que luego será su amigo y colaborador Adolfo Bioy Casares, un joven de 17 años que escribe. Publica su biografía sobre Evaristo Carriego y prologa una exposición del pintor uruguayo Pedro Figari. 1931: Victoria Ocampo funda la revista "Sur", de la cual es uno de los principales colaboradores. 1932: publica Discusión, colección de ensayos y crítica literaria, donde aparecen algunas constantes temáticas de su obra, como lo gauchesco, Martín Fierro, Ascasubi, Whitman, Groussac, el arte narrativo, la magia.1933: dirige el suplemento literario del diario "Crítica", la Revista Multicolor que aparecía los sábados. Edita un breve estudio sobre Las Kenningar, en edición Colombo. En agosto, en la revista "Megáfono", número 11, aparece el artículo Discusión sobre Borges, con numerosas colaboraciones extranjeras, entre ellas las de Pierre Drieu La Rochelle y Amado Alonso. 1935: aparece Historia universal de la infamia, su primer libro de cuentos; son los materiales publicados en "Crítica" desde 1933. Se edita la versión definitiva de Hombre de la esquina rosada.1936: en la revista "El Hogar" escribe una sección permanente titulada Libros y autores extranjeros, que mantendrá hasta 1939. Publica un nuevo libro de ensayos, Historia de la eternidad, donde se incluye Las Kenningar. Colabora en la revista "Destiempo", editada por Adolfo Bioy Casares y Manuel Peyrou, con ilustraciones de Xul Solar. 1937: realiza la Antología clásica de la literatura argentina, en colaboración con Pedro Henríquez Ureña. 1938: muere su padre. Se emplea como auxiliar en la Biblioteca Municipal Miguel Cané, en Almagro Sur, donde trabajará durante nueve años. A fines del año sufre un grave accidente que casi le cuesta la vida. En la convalecencia escribe el cuento Pierre Menard, autor del Quijote. 1939: aparece la primera traducción de Borges al francés, hecha por Néstor Ibarra. 1940: es testigo de la boda de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Los tres publican Antología de la literatura fantástica. Prologa el libro de Bioy Casares La invención de Morel. 1941: aparecen: El jardín de los senderos que se bifurcan, cuentos, y Antología poética argentina, con Silvina Ocampo y Bioy Casares. Se presenta al concurso para el Premio Nacional de Literatura, sin lograrlo. 1942: publica en colaboración con Bioy Casares Seis problemas para don Isidro Parodi, que firman bajo el seudónimo H. Bustos Domecq (estel seudónimo proviene de Bustos, un bisabuelo cordobés de Borges, y Domecq, un bisabuelo de Bioy Casares). En el mes de julio la revista "Sur", en su número 94, presenta un Desagravio a Borges, con numerosos colaboradores, por no haber recibido nuestro poeta el Premio Nacional de Literatura. 1943: bajo el título de Poemas (1922-1943) reúne su labor poética de sus tres libros más los poemas publicados en el diario "La Nación" y en "Sur". Presenta junto con Bioy Casares la antología Los mejores cuentos policiales. 1944: publica Ficciones (1935-1944), donde reúne El jardín de los senderos que se bifurcan (1941) y otros nuevos cuentos como Artificios. Por este libro, Ficciones, recibe el Gran Premio de honor de la Sociedad Argentina de Escritores, premio especialmente creado por la SADE para este escritor. 1945: en colaboración con Silvina Bullrich publica El compadrito, antología de textos de autores argentinos. La oposición a la política peronista origina el arresto en su domicilio de la madre y la prisión de la hermana. 1946: con Adolfo Bioy Casares, utilizando el seudónimo de B. Suárez Lynch, publican Un modelo para la muerte, y con el seudónimo de H. Bustos Domecq, Dos fantasías memorables. Borges aclara que el "Suárez" proviene por parte de su abuelo, y "Lynch" representa el lado irlandés de la familia de Bioy. Funda y dirige la revista "Los Anales de Buenos Aires" que termina alcanzando veintitrés números en diciembre de 1948; aquí Borges y Bioy colaboran con un nuevo seudónimo: "B. Lynch Davis". Es trasladado de su puesto de bibliotecario al de inspector de pollos, gallinas y conejos por parte del gobierno peronista. Borges renuncia y, para ganarse la vida, comienza a dar conferencias.1947: edita Nueva refutación del tiempo, ensayo. 1949: publica El Aleph, cuentos. 1950: es elegido presidente de la SADE por el período 1950-53. Dicta conferencias en la Universidad de Montevideo y allí aparece Aspectos de la literatura gauchesca, ensayo. 1951: publica La muerte y la brújula, cuentos, Antiguas literaturas germánicas, en colaboración con Delia Ingenieros, y con Bioy Casares la segunda serie de la antología Los mejores cuentos policiales. En París aparece Ficciones, traducido por P. Verdevoye. 1952: muere su amigo Macedonio Fernández, Borges despide sus restos. Publica Otras inquisiciones, ensayos; reedita un ensayo sobre lingüística porteña titulado El idioma de los argentinos junto con otro de José Edmundo Clemente, El idioma de Buenos Aires. Aparece la segunda edición de El Aleph, con nuevos cuentos. 1953: con Margarita Guerrero publica El Martín Fierro, ensayo que tiene una segunda edición dentro del año. Bajo el cuidado de José Edmundo Clemente, la editorial Emecé comienza a publicar sus Obras Completas; el primer volumen es Historia de la eternidad. En París, Roger Caillois traduce con el nombre de Labyrinthes algunos cuentos de El Aleph. 1954: Leopoldo Torre Nilson dirige el film "Días de odio", basado en el cuento Emma Zunz. Se publican los volúmenes segundo y tercero de sus Obras Completas: Poemas (1923-53) e Historia universal de la infamia. Se conoce el primer libro crítico sobre su obra, Borges y la nueva generación, firmado por Luis Prieto. 1955: es nombrado director de la Biblioteca Nacional y en diciembre es designado miembro de la Academia Argentina de Letras. En colaboración con Bioy publica Los orilleros y El paraíso de los creyentes, argumentos cinematográficos, y dos antologías: Cuentos breves y extraordinarios y Poesía gauchesca, que se edita en México. Con Luisa Mercedes Levinson publica La hermana Eloisa, cuentos, y con Betina Edelberg, Leopoldo Lugones, ensayo. Se lo confirma en la cátedra de Literatura Alemana y luego como director del Instituto de Literatura Alemana, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Se conoce el cuarto volumen de las Obras Completas: Evaristo Carriego, ampliado. La revista "Ciudad", números 2-3, le dedica un volumen crítico y bibliográfico sobre su obra. Aparece en italiano Ficciones, bajo el título La Biblioteca di Babele. 1956: recibe el Premio Nacional de Literatura. La Universidad de Cuyo, Mendoza, lo nombra doctor Honoris Causa. Toma la cátedra de Literatura Inglesa y la dirección del Instituto de Literatura Inglesa y Norteamericana de la Facultad de filosofía y Letras de la UBA. Aparece el quinto volumen de las Obras Completas: Ficciones. A causa de su creciente ceguera ya no puede leer. 1957: en colaboración con Margarita Guerrero publica Manual de zoología fantástica. Reaparece la revista "La Biblioteca", segunda época, bajo su dirección. Aparecen el sexto y séptimo volúmenes de las Obras Completas: Discusión y El Aleph. Otras inquisiciones es traducido al francés bajo el título Enquétes. 1958: nueva actualización de sus Poemas. Publica en "La Nación" el poema Límites. 1959: aparecen otras traducciones: al alemán Labyrinthe, y una selección de cuentos de El Aleph y Ficciones; al italiano, L'Aleph. 1960: en colaboración con Bioy Casares edita la antología Libro del cielo y del infierno. Salen los volúmenes octavo y noveno de las Obras Completas: Otras inquisiciones y El Hacedor, con cuentos breves y poemas. Estudio preliminar a La divina comedia, publicado simultáneamente en Buenos Aires y Barcelona; ensayos sobre Carlyle y R.W. Emerson y una antología de Hilario Ascasubi. 1961: recibe el Premio Internacional de Literatura (10.000 dólares), dado por el Congreso Internacional de Editores, en Formentor, Mallorca, que comparte con Samuel Beckett. El presidente de Italia, Giovanni Gronchi, lo condecora en Buenos Aires con la Orden de Commendatore. Finaliza dos antologías: Macedonio Fernández y de Edward Gibbon, Páginas. Aparece su Antología personal, editada por "Sur". Viaja junto a su madre de los Estados Unidos de América, invitado por la Universidad de Texas y la Fundación Tinker, de Austin. Allí pronuncia durante seis meses numerosas conferencias y dicta cursos sobre literatura argentina. En Nueva York sale una antología de sus cuentos, titulada Labyrinths, que prologa André Maurois; en alemán Historia universal de la infamia.1962: regresa a Buenos Aires en febrero. Finaliza una biografía sobre el poeta Almafuerte. Recibe la insignia de Commandeur de l'Ordre des Lettres et des Arts del gobierno de Francia. Se estrena el film "Hombre de la esquina rosada", sobre el cuento homónimo, dirigido por René Mugica. En sesión extraordinaria y pública de la Academia Argentina de Letras, Borges es recibido por el poeta Arturo Capdevila y pasa a ocupar el sillón que lleva el nombre de Dalmacio Vélez Sársfield; el discurso de Borges versó sobre "El concepto de Academia y los celtas". 1963: recibe el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes. Viaja a Europa acompañado por su madre, visita Madrid y pronuncia conferencias. Luego se instala en Londres, invitado por el British Council para hablar en Londres, Cambridge, Oxford y Edimburgo. Pasa luego a Suiza y Francia. Regresa a Buenos Aires y termina una antología sobre Carriego. Se traducen al alemán El Hacedor y sus Poesías (1923-53); al italiano, L'Artifice y al sueco, La biblioteca de Babel, una selección de cuentos. En diciembre es nombrado doctor honoris causa por la Universidad de los Andes, Colombia.1964: el gobierno del Perú le otorga la Orden del Sol en el grado de Comendador. Reúne toda su poesía en un volumen, Obra poética (1923-64); en Londres se publican dos de sus conferencias dadas en año anterior: The spanish language y The gaucho Martín Fierro. Invitado por el Congreso por la Libertad de la Cultura asiste en Berlín a un congreso internacional de escritores. En la UNESCO participa de un homenaje a Shakespeare. Visita Inglaterra, a Suecia y Dinamarca, acompañado por María Esther Vázquez. La revista francesa "L'Herne" le dedica un número especial, con numerosas colaboraciones nacionales y extranjeras. Aparecen en alemén Manual de zoología fantástica y El Zahúr y otros cuentos; en francés El Hacedor, y en inglés como Dreamtigers ( por El Hacedor) y Otras inquisiciones. 1965: viaja a Perú, lo acompaña María Esther Vázquez. Recibe de Gran Bretaña la insignia de Caballero de la Muy Distinguida Orden del Imperio Británico, donde se le otorga el título de Sir. Se hace acreedor a la medalla de oro del IX Premio de Poesía de la ciudad de Florencia. Con la colaboración de María Esther Vázquez publica Literaturas germánicas medievales e Introducción a la literatura inglesa. Viaja a Colombia y Chile, lo acompaña Esther Zemborain. Se conocen las traducciones al francés de Antiguas literaturas germánicas y Manual de zoología fantástica; al alemán, de Historia de la eternidad. 1966: reúne nuevos poemas en su Obra poética (1923-1966). La comuna de Milán le entrega el Premio Internacional Madonnina. La Fundación Ingram Merril de Nueva York le concede su premio literario (5.000 dólares). Aparecen versiones en francés y alemán de Discusión. Asume la cátedra de Literatura Inglesa en la Universidad Católica Stella Maris de Mar del Plata. 1967: publica Introducción a la literatura norteamericana en colaboración en Esther Zemborain, y Crónicas de Bustos Domecq, con Bioy Casares. Se editan sus milongas y tangos con el título de Para las seis cuerdas, ilustrado por Héctor Basaldúa; agrupa nuevos poemas en una reedición de Obra poética (1923-67); en forma independiente se conoce el cuento La intrusa. Se casa con Elsa Astete Millán. La Universidad de Harvard lo nombra profesor de poesía para 1967-68. Viaja a Estados Unidos con su mujer, invitado por la Fundación Charles Eliot Norton. También recorre otros lugares universitarios de ese país. 1968: es nombrado miembro de la Academia de Artes y Ciencias de los Estados Unidos. Brinda conferencias en Chicago y regresa a Buenos Aires. En colaboración con Margarita Guerrero publica una ampliación del Manual de zoología fantástica bajo el título de El libro de los seres imaginarios. Aparece su Nueva antología personal. Viaja a Santiago de Chile para asistir al Congreso de Intelectuales Antirracistas. Viaja a Europa y luego a Israel para pronunciar algunas conferencias en la Universidad de Jerusalén y en Tel Aviv. El director Hugo Santiago dirige la película "Invasión" con argumento de Bioy y Borges. Recibe del gobierno de Italia las insignias de Gran Oficial de la Orden al Mérito de la República Italiana. 1969: ordena y corrige dos libros de poemas: El otro, el mismo y Elogio de la sombra, que logra dos ediciones dentro del año; estas ediciones ya inician la colección Obra poética de Borges, donde también dentro del año se publican con numerosas variantes: Fervor de Buenos Aires, Luna de Enfrente y Cuaderno San Martín. Con ilustraciones de Antonio Berni, aparece su traducción y antología de Hojas de hierba de Walt Whitman. La editorial E.P. Dutton, de Nueva York, inicia la publicación de sus Obras Completas en traducción de Norman Thomas di Giovanni, con El libro de los seres imaginarios. También son traducidos al alemán Seis problemas para don Isidro Parodi, en colaboración con Bioy; una selección poética al italiano, Carme presunto e altre poesie, y al portugués, Nueva antología personal. Invitado por la Universidad de Oklahoma, va a los Estados Unidos. 1970: en Brasil la Fundación Bienal de San Pablo le otorga el Premio Interamericano de Literatura "Matarazzo Sobrinho" (25.000 dólares), el más importante del país, durante el Primer Seminario de Literatura de las Américas. Termina una antología con material sobre El matrero. En agosto, después de algunos años, reúne nuevos cuentos en El informe de Brodie, libro que alcanza su segunda y tercera ediciones dentro del año. Reelabora una edición ampliada de Para las seis cuerdas con nuevas milongas; se traduce al inglés El Aleph y otros cuentos, editado por Dutton, con una interesante autobiografía. Se divorcia de su mujer, Elsa Astete. Se lo nombra miembro de la The Hispanic Society of America, Nueva York. 1971: viaja a los Estados Unidos para recibir los nombramientos de la American Academy of Art and Letter de Nueva York y del Instituto de Artes y Letras de Estados Unidos (INAL), como miembro honorario de ambas instituciones; lo acompaña su traductor Norman Thomas di Giovanni. En Israel recibe el Premio de Jerusalén (2.000 dólares). Visita Islandia y Escocia. Es nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Columbia, Nueva York. En abril viaja a Londres invitado por el Instituto de Arte Contemporáneo, que lo incorpora como miembro de su cuerpo docente. En mayo la Universidad de Oxford le confiere el título de doctor honoris causa como Doctor el Letras. Publica en Buenos Aires un cuento largo titulado El Congreso; en Madrid, una antología poética como Jorge Luis Borges; en Barcelona, sus Poemas escogidos, ambas con estudios críticos. 1972: viaja a los Estados Unidos para recibir el doctorado honoris causa en Humanidades por la Universidad de East Lansing, Michigan. Recorre distintos lugares pronunciando conferencias en las Universidades de New Hampshire, Houston, Kalamazoo, Boston, Arizona y San Diego de California. Vuelve a Buenos Aires y publica El oro de los tigres, poemas. Entre sus traducciones aparecen: en inglés, una completa edición bilingüe de sus Poemas (1923-67), El informe de Brodie, en la casa Dutton de Nueva York, y Cuentos breves y extraordinarios; en italiano, Libro del cielo y del infierno; en francés, El informe de Brodie y El Aleph, y en polaco, Ficciones. Para su cumpleañs, el 24 de agosto, se publica en forma privada un cuento titulado El otro. En septiembre se lo nombra miembro del Museo Judío de Buenos Aires. 1973: la Municipalidad de Buenos Aires lo declara ciudadano ilustre. Se retira de la Biblioteca Nacional pidiendo la jubilación. Viaja a España y México donde recibe el Premio Internacional Alfonso Reyes, lo acompaña Claude Hornos de Acevedo. 1974: aparece el volumen Obras Completas. En Milán, Franco María Ricci publica el cuento El congreso en una edición lujosísima con letras de oro. 1975: se publican La rosa profunda y El libro de la arena. Inicia una colección, La biblioteca de babele, de literatura fantástica para F.M. Ricci de Milán, en la que aparecerán treinta volúmenes, y cuenta con la colaboración de María Esther Vázquez. Se estrena El muerto sobre un cuento homónimo, película dirigida por Héctor Olivera. Se publica Prólogos. A la edad de 99 años fallece Leonor Acevedo de Borges, su madre. Viaja a los Estados Unidos, lo acompaña María Kodama.1976: aparece La moneda de hierro y Qué es el budismo, este último en colaboración con Alicia Jurado. En Michigan, EE.UU. dirige un seminario sobre literatura argentina. Recibe el título de doctor honoris causa de la Universidad de Cincinatti. Da conferencias en varias ciudades: en Washington es el orador principal en el Primer Congreso Internacional sobre Shakespeare, patrocinado por la Folger Library en el bicentenario de la independencia de los Estados Unidos. El gobierno chileno lo condecora con la Gran Cruz de la Orden al Mérito Bernardo O´Higgins. Visita España, invitado para participar en un programa de televisión. Va a Chile, donde recibe el título de doctor honoris causa por la Universidad de Santiago. 1977: viaja a Italia, invitado por el editor Franco María Ricci; visita París y Ginebra. Recibe el título de doctor honoris causa por la Universidad de La Sorbona. Le otorga el mismo título la Universidad de Tucumán. Se encuentra en Milán con el premio Nobel de Literatura del año 1975, el poeta italiano Eugenio Montale. Aparece Historia de la noche, poemas, y Rosa y azul, dos cuentos. Con Bioy publica Nuevos cuentos de Bustos Domecq.
1978: viaja a México invitado por la televisión italiana. Es declarado ciudadano meritorio de Bogotá y condecorado en Colombia. También a Ginebra y Egipto; lo acompaña María Kodama.1979: la Academia Francesa lo distingue con una medalla de oro. Recibe la Orden al Mérito de la República Federal Alemana y la Cruz Islandesa del Halcón en el grado de Comendador con estrella. Se le hace un homenaje nacional en el Teatro Cervantes, con motivo de cumplir los ochenta años. Viaja con María Kodama al Japón. Aparece el tomo Obras Completas en colaboración. Sufre una intervención quirúrgica. 1980: Recibe el Gran Premio de la Academia Real Española, el Miguel de Cervantes (5 millones de pesetas), otorgado por el Ministerio de Cultura de España, que comparte con el poeta español Gerardo Diego. Recibe en París el premio Cino del Duca (200.000 francos). 1981: Sandro Pertini, presidente de Italia, le entrega el premio Balzan (140.000 dólares). Viaja a los Estados Unidos, Puerto Rico y México, donde recibe el premio Hollín Yoliztli (70.000 dólares). Aparece La cifra. 1982: viaja a los Estados Unidos, Alemania y pasa por Ginebra.Se publica Nueve ensayos dantescos. Escribe el poema homenaje a los caídos en la Guerra de Malvinas, Juan López y John Ward. 1983: en París, el presidente Miterrand le hace entrega de la Legión de Honor. Viaja a los Estados Unidos, a Europa y vuelve a los Estados Unidos a recoger el premio de la Fundación Ingersoll (15.000 dólares).1984: en Sicilia recibe una rosa de oro como homenaje y símbolo de la sabiduría. Visita Grecia. Vuelve a los Estados Unidos donde el editor italiano Ricci le entrega 84 libras esterlinas de oro, una por cada año de vida. Viaja a España y Portugal. Su salud declina. Vuelve a Italia, recibe de manos del presidente Pertini la Gran Cruz de la Orden al Mérito. Va a Marruecos y a Lisboa donde es condecorado.1985: viaja a Italia y a los Estados Unidos, donde estrenan un ballet sobre un cuento suyo. A principios de diciembre decide partir desde Buenos aires a Roma, pero debe posponerlo porque se siente enfermo. Pasa fin de año en Ginebra. Publica su último libro de poemas, Los conjurados. 1986: a fines de enero es internado en el Hospital Cantonal de Ginebra. Se desmiente que esté enfermo. El 22 de mayo se casa con María Kodama. El 14 de junio muere en Ginebra, según la prensa europea, de enfisema pulmonar; según su apoderado en la Argentina, de cáncer de hígado. Es enterrado en el cementerio de Plain Palais, en la calle de los Reyes número 10, donde él eligió descansar eternamente.