sábado, 15 de septiembre de 2007

Barone sobre Borges y Sabato

ENIGMAS DEL ENCUENTRO BORGES - SABATO
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Todavía hay gente que cree que fueron diálogos imaginarios o una invención literaria y no un auténtico puente verbal que se fue anudando de mutuo acuerdo en base a un plan trazado de antemano. Las voces de Borges y Sábato grabadas en cassettes fueron volcadas en un libro, desde hace años misteriosamente desaparecido de la escena.
También hay quienes ignoran o niegan esos diálogos y quienes descreen del mutuo acercamiento de los dos escritores después de una discordia política que los separó veinte años.
Yo -permítaseme la inmodestia- soy quien inspiró y procuró ese reencuentro a partir del desinteresado pacto de "charlar espontáneamente durante varias sesiones sin tocar la política". Deliberada omisión forzada obviamente por aquel episodio que en su época fue público y cuyo motivo fue una misma y paradójica oposición de los dos hacia el primer peronismo, pero por distintos motivos.
Recuerdo aquella primera cita con Borges en la librería La Ciudad de la galería del Este, frente a la antigua casa de la calle Maipú (aquel departamente del sexto piso fue vendido a su muerte) para interesarlo en la idea del libro. Recuerdo mi temor inicial: la discordia entre ambos plagada de rumores y malicias de trastienda libresca.
Era un sábado del incipiente verano de 1974/1975; el final de una época en la que había sido posible el juego intelectual, el intercambio de ideas y boutades por el mero goce estético.
Borges, ese mediodía, lucía un impecable traje gris claro; su inseparable bastón de caoba; su semblante altivo de ciego que quiere mirar de frente aunque sabe que no puede. Sábato, la tarde anterior en el bar El Dandy ya había aprobado mi propuesta con contradictorio interés y distancia. "Vea, me advirtió quitándose los anteojos en aquel gesto nervioso de los instantes de duda. Aunque los otros días volvimos a encontrarnos con Borges, no sé si ese abrazo espontáneo y emocionado que nos dimos podrá cambiar el curso de las cosas". Se refería a un casual y todavía fresco encuentro que los había unido a ellos en la librería La Ciudad el 7 de octubre: el primero después de aquel largo desencuentro, ya que en su juventud se frecuentaban en la casa de Bioy Casares y en las de otros amigos..
La respuesta de Borges a mi propuesta literaria fue sencillamente "borgeana". Me dijo, aprobándola: "Creo ciegamente en usted".
Estaban allí, Anneliessen Von der Lippen, devota traductora de ambos y lectora de la obra de Goethe, en alemán, los sábados en la casa de Borges, y el librero Luis Alfonso, que había convertido su local en cita de la cultura de los años setenta. Enfrente, en el piso de la pintora Renee Noetinger, vecino al de Borges, realizamos varios de aquellos encuentros. Hace poco la visité y otra vez vi el comedor y las sillas estilo ingés donde nos habíamos sentado. "Está igual que antes" me dijo Renee Noetinger, para apartar mi evidente nostalgia. Hice como que le creía. Ella, feliz del recuerdo, agregó: "Hubo veces en que me divertí mucho escuchándolos. Creo aún verlos a ellos allí; Borges tomando agua o té, Sábato un vaso de whisky... En la casa de al lado la madre de Borges, de casi cien años, estaba muriéndose". Alguna vez en aquellas reuniones, la mención de la enfermedad de Leonor Acevedo de Borges había sido inevitable. Incluso en vísperas de la Navidad de aquel año 1974 Matilde Sábato la había ido a visitar y la había peinado en su cama de enferma. Todo fluía con afecto. Tanto que Borges -acaso más sensibilizado por las circunstancias- se mostró dolido cuando por razones de planes y de tiempo se decidió concluir con las sesiones. Sábato bromeando le dijo a modo de disculpa: "Pero Borges, si seguimos hablando este va a ser el diálogo eterno". Y enseguida vino la respuesta igualmente jocosa: "Bueno, pero no hace falta hablar, también podríamos encontrarnos en silencio, ¿no?". Cuando se despidieron en el umbral de la casa de Borges ninguno de los dos dijo nada. Yo acumulé doce cintas grabadas en un antiguo aparato que ya era antiguo en su época. No pocas veces el mal sonido o, sobre todo Borges con su voz agobiada, creaba dificultades de transcripción que yo iba a corregir alternativamente a la casa de cada uno de ellos.
Cierta vez Sábato quiso ampliar un párrafo que en el lenguaje coloquial quedaba incompleto: era uno referido a Dios. Entonces al despedirme en la puerta de rejas de su casa de Santos Lugares me dijo: "Por favor, cuando vaya a ver a Borges dígale que yo corrregí esa parte, léasela y que él verifique la suya. Me parece que sobre Dios él puede decir otras cosas más hondas que esa ironía del "dolor de muelas" que a mi, personalmente me parece un juego literario..."
Cuando le conté a Borges la aclaración que había hecho Sábato, se sonrió enigmáticamente pero no agregó nada de su parte. "Está bien así", dijo.
Aunque me hizo otras correciones mínimas. Sobre todo no le había gustado un exceso mío: para no repetir dos veces una frase le había puesto en su boca la palabra autoplagio. "¿Suena mal, no?", me dijo. Le confesé mi intervención y Borges continuó cortés pero inexorable: "Yo dije allí "que me plagio a mi mismo"".
Y así quedo el libro. El trabajo se concluyó a mediados de 1975 pero inexplicablemente, dado el interés que había mostrado la editorial, el libro recién salió publicado a fines de diciembre de 1976.
Y no obstante el éxito inicial -se agotaron en poco tiempo los primeros diez mil ejemplares y dos sucesivas ediciones- a partir de ahí dejó de imprimirse.
Tampoco ellos volvieron a encontrarse, salvo alguna vez, al principio del duelo por la muerte de la madre de Borges, cuando Sábato lo llamaba a aquel a su casa sabiéndolo apenado.
Una trama secretamente malévola trazó otra vez un misterioso abismo entre ellos. Yo tampoco pude hacer mucho. Hoy, al cabo de los años, rescato una porción de historia, del olvido.

Una visión personal desde dentro de la escena, de los famosos y únicos encuentros entre Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato revela los desconocidos pormenores de un hecho marcado por incógnitas y desencuentros.

Por: Orlando Barone

Un dialogo

Jorge Luis Borges (1899-1986)
Creadores
La siguiente es la transcripción de un diálogo entre Jorge Luis Borges y Seamus Heaney (Premio Nobel de literatura de 1995)

El diálogo o entrevista data de 1981.

Richard Kearney: Su prosa pone de manifiesto una continua obsesión con el mundo de la ficción y de los sueños, un universo de laberintos inconscientes. En ocasiones es algo tan onírico que se vuelve imposible distinguir entre el autor (usted), los personajes de la ficción y el lector (nosotros).
Seamus Heaney: Esta interacción entre la ficción y la realidad parece ocupar un lugar central en su obra. ¿Cómo afecta su obra el mundo de los sueños? ¿Usa conscientemente material onírico?
Borges: Cada mañana, cuando despierto, recuerdo sueños y los grabo o los escribo. A veces me pregunto si estoy dormido o si estoy soñando. ¿Estoy soñando ahora? ¿Quién puede saberlo? Nos soñamos unos a otros todo el tiempo. Berkeley afirmaba que Dios era quien nos soñaba. Tal vez tenía razón... ¡pero cuán tedioso para el pobre Dios! Tener que soñar cada grieta y cada mota de polvo en cada taza de té y cada letra en cada alfabeto y cada pensamiento en cada cabeza. ¡Debe estar exhausto!
Heaney:
¿Su mundo onírico alimenta de manera directa su forma de escribir? ¿Toma prestado y traspone el contenido de sus sueños a la literatura? ¿O se trata acaso de una habilidad narrativa que le da a las imágenes su contorno y su forma?
Borges: El relato ficticio da un orden al desorden del material onírico. Pero no puedo decir si el orden está impuesto o si ya está latente dentro del desorden y tan sólo espera quedar realzado a través de su repetición en la ficción. ¿Inventa el escritor de ficción un orden completamente nuevo ex nihilo? Supongo que si pudiera contestar semejantes preguntas ¡no escribiría ficción en absoluto!
Heaney:
¿Podría darnos algunos ejemplos reales de lo que quiere decir?
Borges: Sí. Le contaré un sueño recurrente que me interesó mucho. Un pequeño sobrino mío, quien solía quedarse conmigo con cierta frecuencia y me contaba sus sueños cada mañana, soñó el siguiente tema recurrente. Estaba perdido en un sueño y luego llegaba a un claro en donde me veía salir de una casa blanca de madera. En ese punto, solía interrumpir su resumen del sueño y preguntarme, "Tío, ¿qué hacías en esa casa?". "Estaba buscando un libro", le contestaba. Y se quedaba muy contento con esa respuesta. Como niño, todavía era capaz de deslizarse de la lógica de su sueño a la lógica de mi explicación. Tal vez así funcionen mis propias ficciones...
Heaney:
¿Es entonces el modo más que el material de los sueños lo que principalmente influye e inspira su obra?
Borges: Yo diría que son las dos cosas. He tenido varios sueños recurrentes a lo largo de los años que han dejado su huella en mi ficción de una u otra forma. Los símbolos difieren con frecuencia, pero los patrones y las estructuras siguen siendo los mismos. Por ejemplo, con frecuencia he soñado que estoy atrapado en un cuarto. Trato de salir, pero vuelvo a entrar a un cuarto. ¿Se trata del mismo cuarto?, me pregunto. ¿O acaso escapo a un cuarto exterior? ¿Estoy en Buenos Aires o en Montevideo? ¿En la ciudad o en el campo? Toco la pared para intentar descubrir la verdad sobre mi paradero, para encontrar una respuesta a estas preguntas. Pero ¡la pared es parte del sueño! De modo que la pregunta, al igual que el que la hace, regresa eternamente a ese cuarto. Este sueño me dio el tema del laberinto que aparece con tanta frecuencia en mis ficciones. También estoy obsesionado con un sueño en donde me veo en un espejo con varias máscaras o rostros que se superponen unos sobre otros; los desprendo de manera sucesiva y me dirijo al rostro que está frente a mí en el espejo; pero no me contesta, no puede oírme o no me escucha, es imposible saberlo.
Heaney:
¿Qué clase de verdad cree que Carl Jung intentaba explorar en su análisis sobre los símbolos y los mitos? ¿Cree que los arquetipos jungianos son explicaciones válidas de lo que experimentamos en el mundo inconsciente de la ficción y de los sueños?
Borges: He leído a Jung con gran interés, pero sin convicción. En el mejor de los casos, fue un escritor imaginativo e inquisitivo. Es más de lo que uno puede decir acerca de Freud... ¡Qué basura!
Kearney: La sugerencia que usted hace aquí de que el psicoanálisis tiene valor como un estimulante imaginativo más que como un método científico me hace recordar la afirmación que usted hace en el sentido de que todo el pensamiento filosófico es "una rama de la literatura fantástica".
Borges: Sí, creo que la metafísica es un producto de la imaginación al mismo nivel que la poesía. Después de todo, la idea ontológica de Dios es el invento más espléndido de la imaginación.
Kearney: Pero ¿inventamos nosotros a Dios o es Dios quien nos inventa a nosotros? ¿Es divina o humana la imaginación creativa primaria?
Borges: Ah, ésa es la pregunta. Puede ser ambas.
Heaney: ¿Acaso su experiencia infantil de la religión católica alimentó su sensibilidad de alguna forma duradera? Me refiero más a sus ritos y misterios que a sus preceptos teológicos. ¿Existe algo llamado imaginación católica, que podría expresarse en obras literarias como, por ejemplo, en el caso de Dante?
Borges: Para el argentino, ser católico es más una cuestión social que espiritual. Significa que uno se alínea con la clase, el partido o el grupo social correcto. Nunca me interesó este aspecto de la religión. Sólo las mujeres parecían tomar la religión en serio. Cuando era niño, cuando mi madre me llevaba a misa, yo rara vez veía a un hombre en la iglesia. Mi madre tenía una gran fe. Creía en el paraíso; y quizá su creencia significa que ahora ella está allí. Aunque ahora ya no soy un católico practicante y no puedo compartir su fe, sigo entrando en su habitación todos los días a las cuatro de la mañana, la hora en que murió hace cuatro años (¡tenía 99 años y le aterraba cumplir cien años!) para rociar agua bendita y rezar el Padre Nuestro como ella lo pidió. ¿Por qué no? La inmortalidad no es más extraña ni increíble que la muerte. Como mi padre agnóstico solía decir: "Dado que la realidad es lo que es, el producto de nuestra percepción, todo es posible, incluso la Trinidad". Creo en la ética, que las cosas en nuestro universo son buenas o malas. Pero no puedo creer en un Dios personal. Como lo dice Shaw en Major Barbara: "He dejado atrás a la Desposada del Cielo". Me siguen fascinando los conceptos metafísicos y alquímicos de lo sagrado. Pero esta fascinación es más estética que teológica.
Kearney:
En Tlon, Uqbar y Orbis Tertius, usted dijo que la eterna repetición del caos gradualmente hace surgir o revela un patrón o un orden metafísico. ¿Qué tenía usted en mente?
Borges: Me divertí mucho escribiendo eso. Nunca dejé de reirme, de principio a fin. Todo era una enorme broma metafísica. La idea del eterno regreso es, claro está, una vieja idea de los estoicos. San Agustín condenó esta idea en Civitas Dei, cuando compara la creencia pagana en un orden cíclico del tiempo, la Ciudad de Babilonia, con el concepto lineal, profético y mesiánico del tiempo que se encuentra en la Ciudad de Dios, Jerusalén. Este último concepto ha prevalecido en nuestra cultura occidental desde San Agustín. Sin embargo, creo que puede haber algo de verdad en la vieja idea de que, detrás del aparente desorden del universo y de las palabras que usamos para hablar de nuestro universo, podría surgir un orden oculto... un orden de repetición o coincidencia.
Kearney:
Usted escribrió alguna vez que, a pesar de que este orden cíclico no puede demostrarse, sigue siendo para usted "una elegante esperanza".
Borges: ¿Eso escribí? Eso es bueno, sí, muy bueno. Supongo que en 82 años tengo derecho a haber escrito unas cuantas líneas memorables.. El resto puede "echarse a perder", como solía decir mi abuela.
Heaney:
Usted habló de reir mientras escribe. Sus libros están llenos de diversión y picardía. ¿Escribir siempre ha sido para usted una tarea placentera o ha sido alguna vez una experiencia difícil o dolorosa?
Borges: Sabe, cuando todavía podía ver, me encantaba escribir, cada momento, cada frase. Las palabras eran como juguetes mágicos con los que yo jugaba y movía de toda clase de formas. Desde que perdí la vista a los cincuenta años, no he podido regocijarme con la escritura con esta naturalidad. He tenido que dictarlo todo, volverme un dictador más que un jugador de palabras. Es difícil divertirse con juguetes cuando uno está ciego.
Heaney:
Supongo que la ausencia física de la pluma y el estar encorvado sobre el escritorio hace una gran diferencia...
Borges: Sí, así es. Pero extraño poder leer más que poder escribir. A veces me regalo a mí mismo un pequeño engaño, me rodeo de todo tipo de libros, sobre todo diccionarios, en inglés, español, alemán, italiano, islandés. Se convierten en seres vivos para mí, me susurran cosas en la oscuridad.
Heaney:
¡Sólo un Borges podría practicar semejante acto de ficción! Sus sueños siempre han sido, de una manera bastante evidente, importantes para usted. ¿Diría usted que su capacidad o necesidad de habitar el mundo de la ficción y de los sueños aumentó de alguna manera por haber perdido la vista?
Borges: Desde que me volví ciego lo único que me queda es la alegría de soñar, de imaginar que puedo ver. A veces mis sueños se extienden más allá del sueño y se adentran en mi mundo de vigilia. Con frecuencia, antes de dormir o al despertar, me descubro soñando, balbuciendo frases oscuras e inescrutables. Esta experiencia simplemente confirma mi convicción de que la mente creativa siempre está activa, siempre está más o menos soñando tenuemente. Dormir es como soñar la muerte. De la misma manera en que despertar es como soñar la vida. A veces ya no puedo distinguir cuál es cuál.

* * *
Borges: Como argentino, me siento alejado de la corriente española. Me crié en Argentina teniendo la misma familiaridad con la cultura inglesa y francesa que con la española. Así que supongo que soy doblemente extranjero... pues incluso el español, la lengua en la que escribo precisamente como un extraño, se encuentra al margen de la principal tradición literaria de Europa.
Seamus Heaney:
¿Cree usted que existe algo semejante a una tradición hispanoamericana... aceptando el hecho de que todas las tradiciones deben ser imaginadas antes de aparecer?
Borges: Es cierto que la idea de la tradición implica un acto de fe. Nuestras imaginaciones alteran y reinventan el pasado todo el tiempo. Sin embargo, debo confesar que a mí nunca me convenció mucho la idea de una tradición hispanoamericana. Por ejemplo, cuando viajé a México, me encantó su rica cultura y literatura nativa. Pero sentí que no tenía nada en común con ella. No pude identificarme con su culto al pasado de los indios. Argentina y Uruguay difieren de la mayor parte de los demás países latinoamericanos en el sentido de que poseen una mezcla de las culturas española, italiana y portuguesa que ha dado lugar a un ambiente más europeo. Por ejemplo, la mayor parte de nuestras palabras coloquiales en el español argentino son de origen italiano. Yo mismo desciendo de ancestros portugueses, españoles, judíos e ingleses. Y los ingleses, como nos lo recuerda Lord Tennyson, son una mezcla de muchas razas: "sajones y celtas y daneses somos". No existe tal cosa como la pureza racial o nacional. Y, aunque así fuera, la imaginación trascendería tal cosa dado que no existe una cultura específicamente argentina que pudiera llamarse "latinoamericana" o "hispanoamericana". Los únicos verdaderos americanos son los indios. Los demás son europeos. Por lo tanto, me gusta pensar que soy un escritor europeo en el exilio. Ni hispánico ni americano ni hispanoamericano, sino un europeo expatriado.
Heaney:
T. S. Eliot habló de "toda la mente de Europa". ¿Cree haber heredado parte de esta mente a través del tamiz español?
Borges: En el argentino no existe ninguna alianza exclusiva a una sola cultura europea. Como dije, podemos tomar cosas de varias lenguas y literaturas europeas distintas... tal vez adoptar "toda la mente de Europa", si es que existe algo semejante. Pero precisamente debido a nuestra distancia de Europa también tenemos la libertad cultural o imaginativa para mirar, más allá de Europa, hacia Asia y otras culturas.
Kearney:
Como lo hace usted en su propia ficción al invocar con frecuencia las doctrinas místicas del budismo y del Extremo Oriente.
Borges: El hecho de no pertenecer a una cultura "nacional" homogénea tal vez no sea una pobreza sino una riqueza. En este sentido, soy un escritor "internacional" que reside en Buenos Aires. Mis ancestros provinieron de muchas naciones y razas distintas, como lo he mencionado, y pasé gran parte de mi juventud viajando por Europa, en particular por Ginebra, Madrid y Londres, en donde aprendí varias lenguas nuevas, alemán, inglés antiguo y latín. Este aprendizaje multinacional me permite jugar con las palabras como hermosos juguetes, entrar, como lo dijo Browning, en "el gran juego del lenguaje".
Heaney:
Me parece muy interesante que su inmersión en varias lenguas durante su infancia, y sobre todo en el español y el inglés, le haya dado ese sentimiento del lenguaje como un juguete. Sé que mi propia fascinación con las palabras estuvo estrechamente relacionada con el hecho de que aprendiera latín cuando era niño. Y la fatigué. También aprendí mucho de él.
Kearney: ¿Y qué opina de Beckett, tal vez el discípulo literario irlándes más cercano a Joyce? El parece compartir con usted una obsesión con la ficción como un laberinto autoescrutador de la mente, como una parodia eternamente recurrente de sí misma...
Borges: Samuel Beckett es muy aburrido. Vi su obra Esperando a Godot y eso me bastó. Me pareció que era una obra muy pobre. ¿Para qué tomarse la molestia de esperar a Godot si él nunca llega? Qué cosa tan tediosa. Después de eso, ya no tuve deseos de leer sus novelas.
(Traducción de Katia Rheault)